Freed-Fifty-Shades-Freed-As-Told
—Lo siento.Apoyo mi frente contra la suya, y siento el impulso deconfesarme y susurrarle mi miedo más terrible.—He soñado que estabas muerta. Tirada en el suelo, muyfría, y no te despertabas.Trago saliva para borrar la imagen que persiste en mimemoria de la pesadilla.—Oye… —La voz de Ana me tranquiliza—. Solo ha sidouna pesadilla. —Me toma la cara entre sus manos—. Estoyaquí y solo estoy fría cuando no estás conmigo en la cama.Vamos a la cama, por favor.Me toma de la mano y se levanta y, sin pensarlo, la sigo.Se desprende del albornoz y ambos nos metemos en lacama. La atraigo hacia mi cuerpo.—Duerme —me susurra, me besa en la coronilla y cierrolos ojos.La calidez es lo que percibo primero, la calidez del cuerpo deAna y el perfume de su pelo. Cuando abro los ojos, veo queestoy rodeando a mi esposa con los brazos. Levanto la cabezade su pecho.—Buenos días, señor Grey —me dice ella con una tiernasonrisa.—Buenos días, señora Grey. ¿Ha dormido bien?Me estiro a su lado y me siento curiosamente fresco tras unanoche tan movidita.—Una vez que mi marido dejó de aporrear el piano, sí.
—¿Aporrear? Tengo que escribirle un correo a la señoritaKathie para decirle eso que me has dicho. —Y la mirosonriendo.—¿La señorita Kathie?—Mi profesora de piano.Suelta una risita.—Me encanta ese sonido. ¿Vamos a ver si hoy tenemos undía mejor?—Vale —me dice—. ¿Qué quieres hacer?—Después de hacerle el amor a mi mujer y que ella meprepare el desayuno, quiero llevarla a Aspen.Ana se queda boquiabierta.—¿Aspen?—Sí.—¿Aspen, Colorado?—El mismo. A menos que lo hayan movido. Después detodo, pagaste veinticuatro mil dólares por la experiencia depasar un fin de semana allí.Me sonríe con superioridad.—Los pagué, pero era tu dinero.—Nuestro dinero —la corrijo.—Era solo tu dinero cuando hice la puja. —Pone los ojos enblanco.—Oh, señora Grey… Usted y su manía de poner los ojos enblanco.
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—¿Aporrear? Tengo que escribirle un correo a la señorita
Kathie para decirle eso que me has dicho. —Y la miro
sonriendo.
—¿La señorita Kathie?
—Mi profesora de piano.
Suelta una risita.
—Me encanta ese sonido. ¿Vamos a ver si hoy tenemos un
día mejor?
—Vale —me dice—. ¿Qué quieres hacer?
—Después de hacerle el amor a mi mujer y que ella me
prepare el desayuno, quiero llevarla a Aspen.
Ana se queda boquiabierta.
—¿Aspen?
—Sí.
—¿Aspen, Colorado?
—El mismo. A menos que lo hayan movido. Después de
todo, pagaste veinticuatro mil dólares por la experiencia de
pasar un fin de semana allí.
Me sonríe con superioridad.
—Los pagué, pero era tu dinero.
—Nuestro dinero —la corrijo.
—Era solo tu dinero cuando hice la puja. —Pone los ojos en
blanco.
—Oh, señora Grey… Usted y su manía de poner los ojos en
blanco.