Freed-Fifty-Shades-Freed-As-Told
Vuelvo a cubrirme la cara con el brazo, invadido de nuevopor la vergüenza.—No le di detalles.—Eso espero. Grace no necesita saber los detallesescabrosos. Dios, Ana. ¿A mi padre también se lo has dicho?—¡No! —contesta sorprendida, creo—. Pero estásintentando distraerme… otra vez. Jack. ¿Qué pasa con él?Levanto el brazo para mirarla un momento y veo que tienelos ojos clavados en mí con esa expresión expectante de «yapuedes estar contándomelo todo, estoy hasta las narices de tustonterías». Suspiro y vuelvo a taparme la cara con el brazomientras las palabras salen en torrente.—Hyde estuvo implicado en el sabotaje del Charlie Tango.Los investigadores encontraron una huella parcial, soloparcial, por eso no pudieron establecer ninguna coincidenciadefinitiva. Pero después tú reconociste a Hyde en la sala delservidor. Le arrestaron algunas veces en Detroit cuando eramenor, así que sus huellas están en el sistema. Y coinciden conla parcial. Esta mañana encontraron una furgoneta de cargaaquí, en el garaje. Hyde la conducía. Ayer le trajo no sé quémierda al tío que se acaba de mudar, ese con el que subimos enel ascensor.—No recuerdo su nombre —murmura Ana.—Yo tampoco. Pero así es como Hyde consiguió entrar enel edificio. Trabaja para una compañía de transportes…—¿Y qué tiene esa furgoneta de especial?Mierda.
—Christian, dímelo.—La policía ha encontrado… cosas en la furgoneta.Me detengo. No quiero que tenga pesadillas. La estrechocon más fuerza.—¿Qué cosas? —insiste.Prefiero no contestar, pero sé que no va a dar su brazo atorcer.—Un colchón, suficiente tranquilizante para caballos paradormir a una docena de equinos y una nota.Intento ocultarle lo que verdaderamente me horroriza y nole hablo de las jeringuillas.—¿Una nota?—Iba dirigida a mí.—¿Y qué decía?Niego con la cabeza. No tenía ni pies ni cabeza.—Hyde vino aquí ayer con la intención de secuestrarte.Se estremece.—Mierda.—Eso mismo.—No entiendo por qué —dice—. No tiene sentido.—Lo sé. La policía sigue indagando, y también Welch. Perocreemos que la conexión tiene que estar en Detroit.—¿Detroit? —Ana parece confundida.—Sí. Tiene que haber algo allí.
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—Christian, dímelo.
—La policía ha encontrado… cosas en la furgoneta.
Me detengo. No quiero que tenga pesadillas. La estrecho
con más fuerza.
—¿Qué cosas? —insiste.
Prefiero no contestar, pero sé que no va a dar su brazo a
torcer.
—Un colchón, suficiente tranquilizante para caballos para
dormir a una docena de equinos y una nota.
Intento ocultarle lo que verdaderamente me horroriza y no
le hablo de las jeringuillas.
—¿Una nota?
—Iba dirigida a mí.
—¿Y qué decía?
Niego con la cabeza. No tenía ni pies ni cabeza.
—Hyde vino aquí ayer con la intención de secuestrarte.
Se estremece.
—Mierda.
—Eso mismo.
—No entiendo por qué —dice—. No tiene sentido.
—Lo sé. La policía sigue indagando, y también Welch. Pero
creemos que la conexión tiene que estar en Detroit.
—¿Detroit? —Ana parece confundida.
—Sí. Tiene que haber algo allí.