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Freed-Fifty-Shades-Freed-As-Told

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No dice nada. Sigue llorando, cada sollozo es una puñalada

más profunda en mi oscura, oscurísima alma.

¿En qué estaba pensando?

Ana. Lo siento.

Soy un puto gilipollas.

Ana entierra la cara en mi cuello y sus lágrimas me abrasan

la piel.

—Apaga la música, por favor.

—Sí, claro.

Me muevo sin levantarla del regazo para sacar el mando a

distancia del bolsillo trasero de los vaqueros y pulso el botón

de apagado. Lo único que oigo es su silencioso lamento

intercalado con su respiración entrecortada.

Me quiero morir.

—¿Mejor? —pregunto.

Asiente mientras le seco las lágrimas con el pulgar con

suma ternura.

—No te gustan mucho las Variaciones Goldberg de Bach,

¿eh? —digo, tratando desesperadamente de aliviar la tensión.

—No esas en concreto.

Alza los ojos hacia mí, con la mirada apagada por el dolor, y

siento que la vergüenza me inunda con la fuerza de un

torrente.

—Lo siento —susurro.

—¿Por qué has hecho eso? —balbucea mientras se

estremece.

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