Freed-Fifty-Shades-Freed-As-Told

kalpana3023talsaniya
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Martes, 21 de junio de 2011Los ojos de Elena son como el pedernal. Fríos. Duros. Mehabla a un palmo de la cara. Enfadada.—Yo fui lo mejor que te pasó en la vida. Mírate ahora. Unode los empresarios más ricos y triunfadores de EstadosUnidos, equilibrado, emprendedor… Eres el amo de tu mundo.Ahora está de rodillas. Delante de mí. Postrada. Desnuda.Con la frente pegada al suelo del sótano. Su melena es comouna brillante corona de relámpagos contra las tablas demadera oscura. Tiene la mano extendida. Abierta. Acabada enunas uñas rojo pasión. Suplica.—Mantén la cabeza en el suelo.Mi voz rebota en las paredes de hormigón. Quiere que pare.Se ha cansado. Empuño la fusta con más fuerza.—Basta, Grey.Me rodeo la polla con los dedos, dura de haber estado en suboca, manchada de pintalabios de color carmín. Muevo lamano arriba y abajo. Cada vez más rápido. Más rápido. Másrápido.—¡Sí!

Me corro, me corro. Con un grito gutural. Le salpico laespalda con mi semen. Estoy de pie junto a ella. Jadeando.Aturdido. Saciado. Se oye un estruendo. El suelo vuela por losaires. La figura de un hombre ocupa la puerta. Brama, y elrugido aterrador inunda la habitación.—¡No!Elena chilla.—¡Joder! ¡No, no, no!Él está aquí. Lo sabe. Elena se interpone entre los dos.—¡No! —grita, y él la golpea con tanta fuerza que ella caeal suelo y chilla. Chilla—. ¡Déjalo! ¡Déjalo!Estoy en estado de shock y él me propina un puñetazo. Ungancho de derecha directo a la barbilla. Caigo. Sigo cayendo.La cabeza me da vueltas. Me desmayo.—No. Deja de chillar. Para.Sigue. No se detiene.Estoy debajo de la mesa de la cocina. Me tapo las orejascon las manos. Pero no bloquean el sonido. Él está aquí. Oigosus botas. Unas botas grandes. Con hebillas. Ella estáchillando. No deja de chillar.¿Qué ha hecho? ¿Dónde está? Noto su peste antes de verlo;mira debajo de la mesa, con un cigarrillo encendido en lamano.—Ahí estás, mierdecilla.

Me corro, me corro. Con un grito gutural. Le salpico la

espalda con mi semen. Estoy de pie junto a ella. Jadeando.

Aturdido. Saciado. Se oye un estruendo. El suelo vuela por los

aires. La figura de un hombre ocupa la puerta. Brama, y el

rugido aterrador inunda la habitación.

—¡No!

Elena chilla.

—¡Joder! ¡No, no, no!

Él está aquí. Lo sabe. Elena se interpone entre los dos.

—¡No! —grita, y él la golpea con tanta fuerza que ella cae

al suelo y chilla. Chilla—. ¡Déjalo! ¡Déjalo!

Estoy en estado de shock y él me propina un puñetazo. Un

gancho de derecha directo a la barbilla. Caigo. Sigo cayendo.

La cabeza me da vueltas. Me desmayo.

—No. Deja de chillar. Para.

Sigue. No se detiene.

Estoy debajo de la mesa de la cocina. Me tapo las orejas

con las manos. Pero no bloquean el sonido. Él está aquí. Oigo

sus botas. Unas botas grandes. Con hebillas. Ella está

chillando. No deja de chillar.

¿Qué ha hecho? ¿Dónde está? Noto su peste antes de verlo;

mira debajo de la mesa, con un cigarrillo encendido en la

mano.

—Ahí estás, mierdecilla.

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