Freed-Fifty-Shades-Freed-As-Told

kalpana3023talsaniya
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«Ahora no, renacuajo.»Es como un puñetazo en el estómago.Sigo mirando la pantalla como un bobo, momentáneamenteconmocionado, paralizado.«¡No pelees, renacuajo!»¿Por qué no me lo había dicho? ¿Tengo que enterarme así?Maldita sea. A la mierda.Conseguiré hacer que cambie de opinión.¿Igual que hiciste con lo de la obediencia, Grey?Me vibra el móvil. Es Andrea.—Ros está subiendo.—Gracias. Hazla pasar en cuanto llegue.No sé qué decirle a Ana, así que dejo el e-mail para despuésy me preparo para la reunión con la directora general de miempresa.Ros está en plena forma. Repasa el conciso orden del día yme pone al tanto de todo en una hora.—Has hecho un gran trabajo —le digo.—Christian, me ha encantado. Pero, con total sinceridad, tehe echado de menos.Sonrío porque no sé cómo reaccionar a eso. No estoyacostumbrado a recibir cumplidos de mis empleados.—Pues, con total sinceridad también, yo no puedo decir lomismo —replico.Ros sonríe de oreja a oreja.

—Y así debería ser. Estoy segura de que te lo has pasado engrande.—Pues sí, gracias.Solo que mi mujer no quiere mi apellido.Me dirige una fugaz mirada interrogante, pero yo fuerzo unasonrisa.—Me pondré en contacto con la gente de Detroit —dice— yllamaré a Hassan para ver si hace falta que visites la sede deNueva York esta semana.—El jueves me iría bien, si quieren que vaya.—Ya te diré algo.Cuando se marcha, releo el correo de Ana. Me parece igualde desalentador que la primera vez. Mientras sopeso quécontestarle, Andrea me pasa con Flynn.—Christian. Bienvenido de vuelta. ¿Qué tal ha ido la lunade miel? —Su tono es potente y campechano, y muy británico.Debe de haber regresado al Reino Unido hace poco.—Bien. Gracias.Titubea, y sé que ha notado que algo va mal.—¿Puedo pasar a verte? —pregunto.—Lo siento, pero hoy tengo la agenda llena.Al ver que no digo nada, suspira.—Janet, mi secretaria, me matará, pero puedo hacerte unhueco a la hora del almuerzo. Aunque tendrás que ver cómoengullo mis sándwiches de queso y pepinillos.—De acuerdo. ¿A qué hora es eso?

—Y así debería ser. Estoy segura de que te lo has pasado en

grande.

—Pues sí, gracias.

Solo que mi mujer no quiere mi apellido.

Me dirige una fugaz mirada interrogante, pero yo fuerzo una

sonrisa.

—Me pondré en contacto con la gente de Detroit —dice— y

llamaré a Hassan para ver si hace falta que visites la sede de

Nueva York esta semana.

—El jueves me iría bien, si quieren que vaya.

—Ya te diré algo.

Cuando se marcha, releo el correo de Ana. Me parece igual

de desalentador que la primera vez. Mientras sopeso qué

contestarle, Andrea me pasa con Flynn.

—Christian. Bienvenido de vuelta. ¿Qué tal ha ido la luna

de miel? —Su tono es potente y campechano, y muy británico.

Debe de haber regresado al Reino Unido hace poco.

—Bien. Gracias.

Titubea, y sé que ha notado que algo va mal.

—¿Puedo pasar a verte? —pregunto.

—Lo siento, pero hoy tengo la agenda llena.

Al ver que no digo nada, suspira.

—Janet, mi secretaria, me matará, pero puedo hacerte un

hueco a la hora del almuerzo. Aunque tendrás que ver cómo

engullo mis sándwiches de queso y pepinillos.

—De acuerdo. ¿A qué hora es eso?

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