Freed-Fifty-Shades-Freed-As-Told

kalpana3023talsaniya
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Da un respingo y sus mejillas se tiñen de rosa de esa formaque tan deliciosa me resulta. El ruido de un coche entrando enel garaje me distrae. Es un BMW Serie 3 plateado.Cortarrollos.—Pero parece que tenemos compañía. Vamos. —La cojo dela mano y la llevo hacia el ascensor. Por desgracia, tenemosque esperar y el señor BMW Cortarrollos nos alcanza. Parecede mi edad. Más joven tal vez.—Hola —dice, con una sonrisa de admiración dirigida a mimujer.La rodeo con el brazo.Apártate de ella, colega.—Acabo de mudarme. Apartamento dieciséis —dicemirándola con entusiasmo.—Hola —le responde Ana, en un tono más bien amable.Nos salva el ascensor. Una vez dentro, me mantengo pegadoa Ana. La miro dándole a entender que no quiero quefraternice con este desconocido.—Tú eres Christian Grey —dice.Sí, ese soy yo.—Noah Logan. —Me tiende la mano. Se la estrecho aregañadientes y me da un apretón exageradamente efusivo,con la palma húmeda—. ¿Qué piso? —pregunta.—Tengo que introducir un código.—Oh.—El ático.

—Oh. Por supuesto. —Pulsa el botón de su piso y laspuertas se cierran—. La señora Grey, supongo. —Sonríe comoun quinceañero enamorado.—Sí. —Ella le dedica una sonrisa cortés, se estrechan lamano y el muy gilipollas se sonroja.¡Se sonroja!—¿Cuándo te has mudado? —le pregunta Ana, y la aprietocontra mí.¡No le des conversación!—El fin de semana pasado. Me encanta este sitio.Ella le sonríe. ¡Otra vez!Por suerte, el ascensor se detiene en su piso.—Ha sido un placer conoceros a los dos —dice con tono dealivio, y sale.Las puertas se cierran a su espalda e introduzco el códigodel ático en el teclado numérico.—Parece agradable —dice Ana—. No conocía a ninguno delos vecinos.Arrugo la frente.—Yo lo prefiero así.—Pero tú eres un ermitaño. Me ha parecido simpático.—¿Un ermitaño?—Ermitaño, sí. Encerrado en tu torre de marfil —dice Anaen tono inexpresivo.Hago un gran esfuerzo por contener la sonrisa.

—Oh. Por supuesto. —Pulsa el botón de su piso y las

puertas se cierran—. La señora Grey, supongo. —Sonríe como

un quinceañero enamorado.

—Sí. —Ella le dedica una sonrisa cortés, se estrechan la

mano y el muy gilipollas se sonroja.

¡Se sonroja!

—¿Cuándo te has mudado? —le pregunta Ana, y la aprieto

contra mí.

¡No le des conversación!

—El fin de semana pasado. Me encanta este sitio.

Ella le sonríe. ¡Otra vez!

Por suerte, el ascensor se detiene en su piso.

—Ha sido un placer conoceros a los dos —dice con tono de

alivio, y sale.

Las puertas se cierran a su espalda e introduzco el código

del ático en el teclado numérico.

—Parece agradable —dice Ana—. No conocía a ninguno de

los vecinos.

Arrugo la frente.

—Yo lo prefiero así.

—Pero tú eres un ermitaño. Me ha parecido simpático.

—¿Un ermitaño?

—Ermitaño, sí. Encerrado en tu torre de marfil —dice Ana

en tono inexpresivo.

Hago un gran esfuerzo por contener la sonrisa.

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