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Freed-Fifty-Shades-Freed-As-Told

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—Puede que me haga daño a mí. —Ana termina la frase

con un hilo de voz y me acaricia la cara a la vez que su mirada

se suaviza—. Gracias.

—¿Por qué?

—Por decírmelo.

Niego con la cabeza.

—Puede ser muy persuasiva, señora Grey.

—Y tú puedes estar rumiando y tragándote todos tus

sentimientos y preocupaciones hasta que revientes. Si sigues

así, seguro que te mueres de un infarto antes de cumplir los

cuarenta, y yo te quiero a mi lado mucho más tiempo.

—Tú sí que me vas a matar. Al verte en la moto de agua…

Casi me da un ataque al corazón.

Me dejo caer en la cama y me tapo los ojos con el dorso de

la mano para apartar el recuerdo, pero no funciona. En mi

mente la veo tumbada sobre el duro y frío suelo. Me

estremezco.

—Christian, es solo una moto de agua. Hasta los niños

montan en esas motos. Y cuando vayamos a tu casa de Aspen

y empiece a esquiar por primera vez, ¿cómo te vas a poner?

Ahogo un grito y me vuelvo a mirarla, alarmado. Esquiar.

¡No!

—Nuestra casa —le recuerdo.

Ana pone esa sonrisa, la que contemplo todos los días en mi

despacho. ¿Se está riendo de mí? No, no lo creo. Es

compasión.

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