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Freed-Fifty-Shades-Freed-As-Told

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Le desabrocho la tira de la sandalia. Ahí está. Otra marca

roja.

Más intensa que la de las muñecas.

—No me duelen —dice.

Soy un cabrón desconsiderado.

Le froto la marca con la esperanza de que desaparezca

mientras me vuelvo hacia la ventanilla del coche y miro el

paisaje campestre. Ana sacude el pie y la sandalia cae al suelo,

pero yo lo ignoro.

—Oye, ¿qué esperabas? —pregunta.

Me observa como si viera en mí a alguien que acaba de

aterrizar de Marte.

Encojo los hombros.

—No esperaba sentirme como me siento cuando veo esas

marcas.

—¿Y cómo te sientes?

Como una mierda.

—Incómodo —musito.

Y no acabo de entender por qué.

De pronto, Ana se desabrocha el cinturón de seguridad, se

acerca a mí y me coge las dos manos.

—Lo que no me gusta son los chupetones —dice con un

hilo de voz—. Todo lo demás… lo que hiciste… —baja la voz

todavía más— con las esposas, eso me gustó. Bueno, algo más

que gustarme. Fue alucinante. Puedes volver a hacérmelo

cuando quieras.

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