Freed-Fifty-Shades-Freed-As-Told
—Me tiene para toda la vida, señor Grey.—Me alegro mucho de oír eso, señora Grey.—¡Oh, ahí estáis! Qué dos tortolitos.Oh, mierda. La abuela Trevelyan al ataque.—Christian, querido… ¿Otro baile con tu abuela?—Claro, abuela.Reprimo un suspiro.—Y tú, preciosa Anastasia, ve y haz feliz a un anciano:baila con Theo.—¿Con quién, señora Trevelyan?—Con el abuelo Trevelyan. Y creo que ya puedes llamarmeabuela. Vosotros dos tenéis que poneros cuanto antes manos ala obra en el asunto de darme bisnietos. No voy a durar muchoya.Su sonrisa raya en lo lascivo.¡Abuela! ¡Madre mía!—Vamos, abuela —me apresuro a decir.Quedan años antes de ponernos a pensar en tener niños.La acompaño despacio a la pista de baile y vuelvo la cabezaponiendo los ojos en blanco con gesto compungido paradisculparme con Ana.—¡Hasta luego, cariño!Ana me dice adiós con la mano.—Ay, querido niño, qué guapo estás con este traje. ¡Y lanovia! Despampanante. Tendréis unos hijos guapísimos.
—Algún día, abuela. ¿Te lo estás pasando bien?Tengo que hacerla cambiar de tema.—Tus padres sí que saben dar fiestas. Está claro que tumadre lo ha heredado de mí. Theo habría preferido quedarseenredando en la granja, ya lo conoces.—Sí. —Conservo muchos y buenos recuerdos de cuandoayudaba al abuelo en el huerto de manzanos. Es uno de mislugares preferidos—. Tengo que llevar a Ana un día de estos.—Debes. Prométemelo, ahora.—Te lo prometo.Nos desplazamos por la pista de baile mientras suena «Justthe Way You Are», una canción de Bruno Mars, que poco apoco se convierte en «Moves Like Jagger», de Maroon 5. A miabuela le encanta. Creo que lleva algunas copas de Bollingerde más. Pero cuando los primeros compases de «Sex on Fire»empiezan a sonar a todo volumen por los altavoces, decido queha llegado el momento de acompañar a mi abuela de vuelta asu mesa.No veo a Ana. Me siento con el abuelo Trevelyan, quien mecuenta que este otoño esperan una buena cosecha.—¡Esas manzanas van a ser las más dulces que hayascomido nunca!—Qué ganas tengo de probar una —grito, porque está unpoco duro de oído.—¿Estás contento, muchacho? —pregunta.—Mucho.
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—Me tiene para toda la vida, señor Grey.
—Me alegro mucho de oír eso, señora Grey.
—¡Oh, ahí estáis! Qué dos tortolitos.
Oh, mierda. La abuela Trevelyan al ataque.
—Christian, querido… ¿Otro baile con tu abuela?
—Claro, abuela.
Reprimo un suspiro.
—Y tú, preciosa Anastasia, ve y haz feliz a un anciano:
baila con Theo.
—¿Con quién, señora Trevelyan?
—Con el abuelo Trevelyan. Y creo que ya puedes llamarme
abuela. Vosotros dos tenéis que poneros cuanto antes manos a
la obra en el asunto de darme bisnietos. No voy a durar mucho
ya.
Su sonrisa raya en lo lascivo.
¡Abuela! ¡Madre mía!
—Vamos, abuela —me apresuro a decir.
Quedan años antes de ponernos a pensar en tener niños.
La acompaño despacio a la pista de baile y vuelvo la cabeza
poniendo los ojos en blanco con gesto compungido para
disculparme con Ana.
—¡Hasta luego, cariño!
Ana me dice adiós con la mano.
—Ay, querido niño, qué guapo estás con este traje. ¡Y la
novia! Despampanante. Tendréis unos hijos guapísimos.