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Freed-Fifty-Shades-Freed-As-Told

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en la nave central. Mi primer impulso me hace acercarme a la

pila del agua bendita para santiguarme, pero me contengo

justo a tiempo, consciente de que si tiene que alcanzarme un

rayo, será justo en ese preciso instante. Veo a Ana boquiabierta

con gesto de sorpresa, pero aparto la mirada para admirar la

impresionante bóveda mientras aguardo el juicio de Dios.

No, hoy no me va a alcanzar ningún rayo.

—Las viejas costumbres —murmuro, sintiéndome un poco

avergonzado pero aliviado a la vez de no haber acabado

reducido a cenizas en el majestuoso espacio. Ana dirige su

atención al magnífico interior: los techos altos y

ornamentados, las columnas de mármol de color óxido, las

intrincadas vidrieras de colores… La luz del sol penetra en un

haz regular a través del óculo de la cúpula del crucero, como si

el mismo Dios estuviera derramando su sonrisa sobre el lugar.

Un murmullo silencioso inunda la nave, envolviéndonos en

una calma espiritual que solo quiebra el eco de la tos ocasional

de alguno de los escasos visitantes. Es un lugar tranquilo, un

refugio del bullicio y el hervidero de actividad de Seattle.

Había olvidado lo hermoso y apacible que es este espacio,

pero es cierto que hacía años que no entraba en su interior.

Siempre me había gustado la pompa y el ceremonial de la misa

católica. El ritual. Las réplicas. El olor a incienso. Grace se

aseguró de que sus tres hijos conociesen al dedillo todos los

entresijos del catolicismo, y hubo una época en que habría

hecho cualquier cosa con tal de complacer a mi nueva madre.

Sin embargo, llegó la pubertad y todo eso se fue a la mierda.

Mi relación con Dios nunca se recuperó de aquello y cambió la

relación con mi familia, sobre todo con mi padre. A partir del

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