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Freed-Fifty-Shades-Freed-As-Told

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Con la pregunta todavía suspendida en el aire entre

nosotros, sus ojos se vuelven más luminosos con la luz de la

mañana, horadándome, suplicándome para que diga algo. Pero

no puedo. No quiero ir ahí. Por un momento, me acuerdo del

puñetazo en el estómago que sentí cuando Carrick me dio

aquella fotografía, tantos años atrás.

Mierda. No vayas por ahí, Grey.

—Taylor nos ha traído una muda de ropa —murmuro al

arrojar la bolsa sobre la cama. Sigue un silencio

desesperadamente largo hasta que responde.

—Está bien —dice, y se dirige a la cama y abre la

cremallera de la bolsa.

He comido hasta reventar. Mis padres han vuelto de misa y mi

madre ha preparado su tradicional brunch: una deliciosa fuente

—no apta para cardiópatas— llena de beicon, salchichas,

patatas fritas, huevos y panecillos. Grace está muy callada y

sospecho que puede que tenga resaca.

He estado evitando a mi padre toda la mañana.

No le he perdonado lo de anoche.

Ana, Elliot y Kate están enzarzados en un acalorado debate

—sobre el beicon, aunque parezca increíble— y peleándose a

ver quién se come la última salchicha. Los escucho a medias,

divertido, mientras leo un artículo sobre la tasa de quiebras de

los bancos locales en la edición dominical del Seattle Times.

Mia lanza un grito y se hace sitio en la mesa, sujetando su

portátil.

—Mirad esto. Hay un cotilleo en la página web del Seattle

Nooz sobre tu compromiso, Christian.

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