Freed-Fifty-Shades-Freed-As-Told
Hago una mueca.—Sí. Sí que van a misa. Son católicos.—¿Y tú?—No, Anastasia.Dios y yo tomamos caminos diferentes hace ya muchotiempo.—¿Y tú? —pregunto, recordando que Welch no encontróninguna filiación religiosa cuando investigó su pasado.Niega con la cabeza.—No. Ni mi padre ni mi madre profesan ninguna religión.Pero me gustaría ir a la iglesia hoy. Necesito dar gracias… aalguien por el hecho de haberte traído vivo de vuelta de eseaccidente de helicóptero.Lanzo un suspiro mientras me imagino fulminado por unrayo al entrar en el terreno sagrado de una iglesia, pero porella, iré.—Está bien, veré qué puedo hacer. —Le doy un beso rápido—. Vamos, dúchate conmigo.Hay una bolsa de cuero en la puerta de mi dormitorio: Taylornos ha traído ropa limpia. Recojo la bolsa y cierro la puerta.Ana está envuelta en una toalla, con un reguero de relucientesgotas de agua en su espalda. Mi panel de corcho centra toda suatención y, en concreto, la foto de la puta adicta al crack.Vuelve la cabeza hacia mí con aire interrogante en su hermosorostro… con una pregunta que no quiero responder.—Aún la tienes —dice.Sí, aún tengo la foto. ¿Y qué?
Con la pregunta todavía suspendida en el aire entrenosotros, sus ojos se vuelven más luminosos con la luz de lamañana, horadándome, suplicándome para que diga algo. Perono puedo. No quiero ir ahí. Por un momento, me acuerdo delpuñetazo en el estómago que sentí cuando Carrick me dioaquella fotografía, tantos años atrás.Mierda. No vayas por ahí, Grey.—Taylor nos ha traído una muda de ropa —murmuro alarrojar la bolsa sobre la cama. Sigue un silenciodesesperadamente largo hasta que responde.—Está bien —dice, y se dirige a la cama y abre lacremallera de la bolsa.He comido hasta reventar. Mis padres han vuelto de misa y mimadre ha preparado su tradicional brunch: una deliciosa fuente—no apta para cardiópatas— llena de beicon, salchichas,patatas fritas, huevos y panecillos. Grace está muy callada ysospecho que puede que tenga resaca.He estado evitando a mi padre toda la mañana.No le he perdonado lo de anoche.Ana, Elliot y Kate están enzarzados en un acalorado debate—sobre el beicon, aunque parezca increíble— y peleándose aver quién se come la última salchicha. Los escucho a medias,divertido, mientras leo un artículo sobre la tasa de quiebras delos bancos locales en la edición dominical del Seattle Times.Mia lanza un grito y se hace sitio en la mesa, sujetando suportátil.—Mirad esto. Hay un cotilleo en la página web del SeattleNooz sobre tu compromiso, Christian.
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Hago una mueca.
—Sí. Sí que van a misa. Son católicos.
—¿Y tú?
—No, Anastasia.
Dios y yo tomamos caminos diferentes hace ya mucho
tiempo.
—¿Y tú? —pregunto, recordando que Welch no encontró
ninguna filiación religiosa cuando investigó su pasado.
Niega con la cabeza.
—No. Ni mi padre ni mi madre profesan ninguna religión.
Pero me gustaría ir a la iglesia hoy. Necesito dar gracias… a
alguien por el hecho de haberte traído vivo de vuelta de ese
accidente de helicóptero.
Lanzo un suspiro mientras me imagino fulminado por un
rayo al entrar en el terreno sagrado de una iglesia, pero por
ella, iré.
—Está bien, veré qué puedo hacer. —Le doy un beso rápido
—. Vamos, dúchate conmigo.
Hay una bolsa de cuero en la puerta de mi dormitorio: Taylor
nos ha traído ropa limpia. Recojo la bolsa y cierro la puerta.
Ana está envuelta en una toalla, con un reguero de relucientes
gotas de agua en su espalda. Mi panel de corcho centra toda su
atención y, en concreto, la foto de la puta adicta al crack.
Vuelve la cabeza hacia mí con aire interrogante en su hermoso
rostro… con una pregunta que no quiero responder.
—Aún la tienes —dice.
Sí, aún tengo la foto. ¿Y qué?