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Freed-Fifty-Shades-Freed-As-Told

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—Me encanta esta habitación —dice Gia cuando entramos

en el salón principal—. Es aireada y espaciosa, y eso es algo

que creo que deberíamos conservar.

Se acerca y me da unas palmadas en el brazo.

Maldita sea.

Llevo toda la vida ideando sutiles artimañas para rehuir el

contacto físico con la gente. Es un mecanismo de defensa que

me he construido a lo largo de los años para mantener a todo el

mundo alejado de mi espacio personal y obligarlos a apartarse.

Un paso aquí, un movimiento lateral allá, una inclinación de

hombros a derecha o izquierda para evitar el contacto. Lo he

convertido en todo un arte. Detesto que me toquen, joder. No;

más bien lo temo. Excepto con Ana, claro. El kickboxing me

ha ayudado; puedo soportar el contacto y los golpes de un

combate, y un firme apretón de manos… o la vara, o el látigo.

No pienses en eso.

Pero es lo único que soporto.

Además, he aprendido a mirar a la gente de una manera

como diciendo: «¡Eh! ¡Atrás! ¡Ni se te ocurra tocarme!», que

ha demostrado ser muy efectiva.

Aunque no con Gia Matteo.

Es una puta sobona.

Me pone los nervios de punta.

Y no lo hace solo conmigo. También coge a Elliot del brazo

cuando este entra en el salón y le dirige una sonrisa que solo

puede calificarse de lasciva. Elliot mira boquiabierto su

pronunciado escote, que deja el inicio de sus pechos a la vista

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