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Freed-Fifty-Shades-Freed-As-Told

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Ella da un gemido ahogado.

—Separa las piernas —le ordeno.

Ana no me hace caso.

—¡Ana!

Ella mueve los pies con cautela y yo le deslizo la punta del

consolador por el muslo y lo introduzco en su interior con gran

parsimonia.

—¡Ah! —gime— ¡Está frío!

Para empezar, muevo la mano arriba y abajo suavemente,

consciente de que esa varita mágica de cristal está diseñada

para alcanzar ese punto potente y tan tan dulce de su interior.

No tardará mucho. Con la otra mano le rodeo la cintura, la

atraigo hacia mí y le beso el cuello mientras aspiro su

estimulante olor.

Ana, desmorónate en mis brazos.

Está cerca, muy cerca. Continúo moviendo la mano arriba y

abajo, más fuerte, más deprisa. La excito más y más. Se le

tensan las piernas y, de pronto, se queda rígida y grita, y el

clímax se abre paso en su cuerpo. Da sacudidas contra las

cuerdas que la sujetan mientras yo empujo el consolador en su

interior y la obligo a aguantar el orgasmo. Cuando echa hacia

atrás la cabeza y relaja la boca, le saco el consolador y lo

arrojo en la cama. Le desabrocho un mosquetón y luego el otro

de las tiras de los hombros y la llevo hasta la cama.

La tumbo sin quitarle el arnés. Sigue teniendo las manos

atadas. Le retiro el antifaz. Tiene los ojos cerrados. Me

desabrocho los pantalones y, con un gesto ágil, me los quito

junto con los boxers. De pie sobre ella, le agarro los muslos,

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