Freed-Fifty-Shades-Freed-As-Told
Me pongo de pie y cojo el arnés.—Hay que hacer lo mismo que has hecho con el paracaídas.—¿De dónde has sacado la idea?—Sí, bueno, me la diste tú. Así que mete las piernas, poraquí.Sostengo abiertas las tiras de sujeción de los muslos, y Anase agarra a mis brazos y pasa una pierna y luego la otra.Cuando termina, le deslizo las correas por encima de loshombros y me dispongo a abrochar todos los cierres, queincluyen uno en el pecho, otro en la espalda, otro en la cinturay uno para cada brazo.Retrocedo un poco para admirar mi trabajo y a mi futuraesposa.Qué sexy está, tío.«Oh, Sinnerman», canta Nina.—¿Estás bien? —le pregunto.Ella hace un breve gesto afirmativo con la cabeza. Tiene lamirada turbia y llena de curiosidad carnal.Oh, Ana. Esto se está poniendo cada vez más interesante.Cojo las muñequeras de cuero de la cómoda, se las ajusto alas muñecas y abrocho los mosquetones a las anillas metálicassujetas a los manguitos de la parte superior de los brazos. Anatiene las manos atadas a la altura de los hombros y estáinmovilizada como es debido.—¿Todo bien? —le pregunto.—Sí —dice ella con un suspiro.
Poco a poco, tiro de uno de los ganchos insertados en lacorrea del pecho y guio a Ana hasta el sistema de sujeción quecuelga del techo del cuarto de juegos. Desengancho el trapecioy lo bajo para que quede justo encima de Ana. En cadaextremo del trapecio hay una cuerda corta con un mosquetónen la punta. Los abrocho a los ganchos de las cintas de loshombros. Ella me observa atentamente mientras acabo eltrabajo.Está atada e inmóvil. Tiene los pies en el suelo, demomento.—Lo más interesante de este chisme es que puedo haceresto.Me aparto para acercarme al gran soporte metálico sujeto ala pared y empiezo a desenredar las cuerdas atadas al trapeciomediante el sistema de sujeción. Tiro con ambas manos, y derepente Ana queda suspendida en el aire tocando al suelo tansolo con la base de los dedos de los pies. Da un grito ahogadoy se tambalea de lado a lado y de atrás adelante intentandorecuperar el equilibrio. Doy otra vuelta a las cuerdas y dejo aAna balanceándose sobre las puntas de los pies.Está indefensa, completamente sujeta a mi voluntad.La idea y la visión me llenan de entusiasmo.—¿Qué piensas hacer? —pregunta.—Tal como te he dicho, lo que me dé la gana. Soy unhombre de palabra.—¿No pensarás dejarme así? —Parece aterrada.Le sujeto la barbilla.
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Me pongo de pie y cojo el arnés.
—Hay que hacer lo mismo que has hecho con el paracaídas.
—¿De dónde has sacado la idea?
—Sí, bueno, me la diste tú. Así que mete las piernas, por
aquí.
Sostengo abiertas las tiras de sujeción de los muslos, y Ana
se agarra a mis brazos y pasa una pierna y luego la otra.
Cuando termina, le deslizo las correas por encima de los
hombros y me dispongo a abrochar todos los cierres, que
incluyen uno en el pecho, otro en la espalda, otro en la cintura
y uno para cada brazo.
Retrocedo un poco para admirar mi trabajo y a mi futura
esposa.
Qué sexy está, tío.
«Oh, Sinnerman», canta Nina.
—¿Estás bien? —le pregunto.
Ella hace un breve gesto afirmativo con la cabeza. Tiene la
mirada turbia y llena de curiosidad carnal.
Oh, Ana. Esto se está poniendo cada vez más interesante.
Cojo las muñequeras de cuero de la cómoda, se las ajusto a
las muñecas y abrocho los mosquetones a las anillas metálicas
sujetas a los manguitos de la parte superior de los brazos. Ana
tiene las manos atadas a la altura de los hombros y está
inmovilizada como es debido.
—¿Todo bien? —le pregunto.
—Sí —dice ella con un suspiro.