Freed-Fifty-Shades-Freed-As-Told

kalpana3023talsaniya
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Suspiro y me inclino para acariciar su pelo con los labios; esun roce levísimo, no quiero despertarla, pero en silencio leimploro que cambie de opinión.Por favor, Ana. Concédeme esto.Apago la luz y me quedo mirando la oscuridad, impasible.De repente el silencio de la habitación resulta ensordecedor yopresivo. El ritmo cardíaco se me acelera y me veo arrastradoa una ciénaga de desesperación. Esto me supera. Puede quesea un grandísimo error. Nuestro matrimonio nunca irá bien sino es capaz de darme eso.¿En qué estaba pensando?Tal vez quiera —quiera no, necesite— a alguien mássumiso.Necesito tener el control.Siempre.Sin control, solo hay caos. E ira. Y dolor, y miedo… ysufrimiento.Mierda. ¿Qué voy a hacer?Este obstáculo es imposible de salvar.¿Verdad?Pero vivir sin Ana sería insoportable. Ahora sé lo que esbañarme en su luz. Ella es calidez, es vida, es el hogar. Lo estodo. La quiero a mi lado. La amo.¿Cómo puedo hacer que cambie de opinión?Me froto la cara intentando apartar ideas lóbregas.Contrólate, Grey. Lo reconsiderará.

Cierro los ojos e intento poner en práctica los ejercicios demindfulness del doctor Flynn y buscar un lugar donde mesienta feliz. Tal vez un emparrado lleno de flores en la casitade un embarcadero…Camino por el aire, en las alturas del cielo sobre Ephrata.El paisaje de Washington conforma un tapiz por debajo de mí.Viro y me maravillo ante ese puzle de piezas marrones, azulesy verdes, cruzado de carreteras y canales de riego. Atrapo unacorriente térmica y me elevo por encima de una cresta de lascolinas de Beezley. El cielo está despejado, es de un azuldeslumbrante, reluciente, y me siento en paz. El viento es micompañero, incondicional, susurrante. El único sonido. Estoysolo. Solo. Solo. Vuelvo a virar. Mi mundo vuelto del revés. YAna va delante, en la cabina, con las manos estiradas hacia lacubierta, gritando de emoción. Fascinada. Mi corazón rebosade alegría. Esto es la felicidad. Esto es amor. Esto es lo que sesiente. Ladeo la aeronave y de pronto entro en barrena. Anaha desaparecido. Presiono con los pies haciendo fuerza, peroel timón no está. Lucho con la palanca de mandos, pero losalerones no responden. He perdido el control. Lo único queoigo es el rugido del viento y a alguien que chilla. Caemos.¡Joder! Damos vueltas y más vueltas. Abajo. Cada vez másabajo. Mierda. Voy a estrellarme contra el suelo. No. ¡No!Me despierto sobresaltado.Joder.Estoy abrazado a Ana, que me pasa los dedos por el pelo.Su aroma me tranquiliza y llena el desesperado vacío que seabre en las profundidades de mi alma.—Buenos días —dice.

Cierro los ojos e intento poner en práctica los ejercicios de

mindfulness del doctor Flynn y buscar un lugar donde me

sienta feliz. Tal vez un emparrado lleno de flores en la casita

de un embarcadero…

Camino por el aire, en las alturas del cielo sobre Ephrata.

El paisaje de Washington conforma un tapiz por debajo de mí.

Viro y me maravillo ante ese puzle de piezas marrones, azules

y verdes, cruzado de carreteras y canales de riego. Atrapo una

corriente térmica y me elevo por encima de una cresta de las

colinas de Beezley. El cielo está despejado, es de un azul

deslumbrante, reluciente, y me siento en paz. El viento es mi

compañero, incondicional, susurrante. El único sonido. Estoy

solo. Solo. Solo. Vuelvo a virar. Mi mundo vuelto del revés. Y

Ana va delante, en la cabina, con las manos estiradas hacia la

cubierta, gritando de emoción. Fascinada. Mi corazón rebosa

de alegría. Esto es la felicidad. Esto es amor. Esto es lo que se

siente. Ladeo la aeronave y de pronto entro en barrena. Ana

ha desaparecido. Presiono con los pies haciendo fuerza, pero

el timón no está. Lucho con la palanca de mandos, pero los

alerones no responden. He perdido el control. Lo único que

oigo es el rugido del viento y a alguien que chilla. Caemos.

¡Joder! Damos vueltas y más vueltas. Abajo. Cada vez más

abajo. Mierda. Voy a estrellarme contra el suelo. No. ¡No!

Me despierto sobresaltado.

Joder.

Estoy abrazado a Ana, que me pasa los dedos por el pelo.

Su aroma me tranquiliza y llena el desesperado vacío que se

abre en las profundidades de mi alma.

—Buenos días —dice.

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