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Freed-Fifty-Shades-Freed-As-Told

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—Mientras prometas amarme, honrarme y obedecerme,

seguro que tus votos serán perfectos.

Ana ríe.

—Christian, no voy a prometer obedecerte.

—¿Cómo?

¿Piensa que lo digo en broma?

—Ni hablar —se limita a contestar.

—¿Qué quiere decir eso de que no vas a obedecerme? —Me

da un vuelco el estómago, como si hubiera caído desde seis

metros de altura. He soltado el comentario como una

ocurrencia divertida, pero su respuesta me ha dejado hecho

polvo.

Ana se aparta el pelo tras el hombro, y la luz de la lamparita

lo ilumina y realza sus mechones rojizos y dorados; es

precioso, me distrae. Pero entonces centro la atención en su

boca. Sus labios forman una línea recta y obstinada mientras

se cruza de brazos y yergue los hombros como hace siempre

que se prepara para pelear.

Mierda. ¿Va a discutir conmigo?

—¿No lo dirás en serio? Te amaré y te honraré siempre,

Christian. Pero ¿obedecerte? Ni hablar.

—¿Por qué no? —Lo digo muy en serio, ya lo creo.

—¡Porque estamos en el siglo veintiuno!

—¿Y qué? —¿Cómo puede llevarme la contraria en esto?

La conversación no está yendo como yo imaginaba.

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