Freed-Fifty-Shades-Freed-As-Told
¿Cómo que despedida de soltero? Tiene que estar de broma.—Lo que tú digas, Elliot. —Se me ocurre una idea—. Venteel viernes. Podemos jugar al billar. Ana pasará la noche conKate.—Sí, eso me han dicho. Claro. ¡Podemos hablar destrippers y de dónde te dejaremos esposado y borracho al finalde la noche!Me río porque no tiene ni idea.—¿Dejaremos, en plural? —pregunto.—Sé muy bien que tú no tienes amigos, maldito ermitaño.Ya buscaré yo a una pandilla que sepa salir de fiesta.Oh, no.—El viernes lo hablamos —replico.—Estoy impaciente. Por cierto, ¿te has puesto en contactocon Gia?—Sí. Ana y yo le echamos un vistazo a la carpeta deproyectos de su página web. A los dos nos gustó lo que vimos.La señorita Matteo iba a visitar la propiedad con el agenteinmobiliario para inspeccionarla y así, cuando nos reunamos,saber de qué estamos hablando.—Tengo que ver ese sitio yo también, campeón.—Lo sé. Lo haremos el viernes. Después del trabajo.—De puta madre. Suena bien.—Vale. Nos vemos, Elliot. —Una inesperada oleada decalidez me llena el pecho—. Y, mmm… gracias.—¿Para qué están los hermanos?
—O sea que este es tu nuevo despacho, campeón. —Elliotcruza la puerta con tanta despreocupación como denota sutono.—¿Tienes que llamarme así, Lelliot? —Hago hincapié ensu apodo y le indico con un gesto que se siente en el sofáblanco de piel.—Es lo que eres. Mira este sitio. —Señala con la mano elresto de mi despacho.Lleva vaqueros, una camiseta y su cazadora de los Aztecsde San Diego; se le ve totalmente fuera de su elemento.Me siento frente a él y me fijo en que la rodilla le rebota aun ritmo enloquecido y evita mirarme a los ojos.¿Qué narices pasa? Está nervioso.Creo que nunca lo había visto así.—¿Qué te ocurre? —pregunto.Se remueve en el asiento y junta las dos manos.—Quiero fundar mi propia empresa de construcción —suelta del tirón.¡Ah, era eso!—Buscas un inversor.Sus vivos ojos azules se cruzan por fin con los míos.—Sí —dice con una dureza que me sorprende.—¿Cuánto necesitas?—Unos cien mil.
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—O sea que este es tu nuevo despacho, campeón. —Elliot
cruza la puerta con tanta despreocupación como denota su
tono.
—¿Tienes que llamarme así, Lelliot? —Hago hincapié en
su apodo y le indico con un gesto que se siente en el sofá
blanco de piel.
—Es lo que eres. Mira este sitio. —Señala con la mano el
resto de mi despacho.
Lleva vaqueros, una camiseta y su cazadora de los Aztecs
de San Diego; se le ve totalmente fuera de su elemento.
Me siento frente a él y me fijo en que la rodilla le rebota a
un ritmo enloquecido y evita mirarme a los ojos.
¿Qué narices pasa? Está nervioso.
Creo que nunca lo había visto así.
—¿Qué te ocurre? —pregunto.
Se remueve en el asiento y junta las dos manos.
—Quiero fundar mi propia empresa de construcción —
suelta del tirón.
¡Ah, era eso!
—Buscas un inversor.
Sus vivos ojos azules se cruzan por fin con los míos.
—Sí —dice con una dureza que me sorprende.
—¿Cuánto necesitas?
—Unos cien mil.