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Freed-Fifty-Shades-Freed-As-Told

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Nos detenemos frente a la verja de nuestra casa y marco el

código de acceso en el teclado numérico. La puerta metálica se

abre despacio, emitiendo un chirrido de protesta al ser

molestada. Es necesario cambiarla, y en algún momento lo

haremos. Acelero para enfilar el camino de entrada mientras

pienso que debería haber tomado las riendas en el coche. La

hierba crecida del prado luce un brillo dorado bajo el sol de

septiembre, y los colores del otoño inminente engalanan los

árboles que bordean el camino. En la distancia, el Sound

adquiere un vivo tono azul. Es idílico.

Y es nuestro.

Tras una amplia curva, aparece la casa, rodeada por unos

cuantos camiones de la empresa de construcción de Elliot. La

edificación queda oculta tras los andamios, y varios albañiles

están trabajando en el tejado. Aparco frente al pórtico, apago

el motor y me vuelvo hacia Ana.

—Vamos a buscar a Elliot.

Me muero de ganas de ver lo que ha conseguido hacer hasta

el momento.

—¿Está aquí?

—Eso espero. Para eso le pago.

Ana se echa a reír y los dos salimos del coche.

—¡Hola, hermano! —oigo gritar a Elliot, pero no lo veo por

ninguna parte—. ¡Aquí arriba! —Sigo con la mirada la línea

del tejado, contento de llevar puestas las gafas de aviador ante

el brillo cegador del sol, y ahí está él, saludándonos con la

mano. Su sonrisa eclipsaría la del Gato de Cheshire—. Ya era

hora de que vinierais por aquí. Quedaos ahí. Enseguida bajo.

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