Freed-Fifty-Shades-Freed-As-Told

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Ana sigue aquí, a pesar de todo lo que he hecho.La calidez de su amor se propaga por mis venas.Extiendo el brazo y le aprieto la rodilla. Luego le acariciocon los dedos la piel del muslo que las medias dejan aldescubierto, disfrutando de su tacto.—Me alegro de que no te hayas cambiado.Ana pone su mano sobre la mía.—¿Vas a seguir provocándome?No sabía que lo estuviera haciendo.Pero, oye, vamos a jugar.—Tal vez.—¿Por qué?—Porque puedo.Le sonrío de oreja a oreja.—A eso podemos jugar los dos… —susurra.Voy subiendo con los dedos por la parte interior de sumuslo.—Inténtelo, señora Grey.Ella me coge la mano y la coloca sobre mi rodilla.—Guárdate tus manos para ti —me dice con aire remilgado.—Como quiera, señora Grey.No soy capaz de ocultar una sonrisa. Me encanta Anacuando está juguetona.Ja. Me encanta Ana. Punto.

Nos detenemos frente a la verja de nuestra casa y marco elcódigo de acceso en el teclado numérico. La puerta metálica seabre despacio, emitiendo un chirrido de protesta al sermolestada. Es necesario cambiarla, y en algún momento loharemos. Acelero para enfilar el camino de entrada mientraspienso que debería haber tomado las riendas en el coche. Lahierba crecida del prado luce un brillo dorado bajo el sol deseptiembre, y los colores del otoño inminente engalanan losárboles que bordean el camino. En la distancia, el Soundadquiere un vivo tono azul. Es idílico.Y es nuestro.Tras una amplia curva, aparece la casa, rodeada por unoscuantos camiones de la empresa de construcción de Elliot. Laedificación queda oculta tras los andamios, y varios albañilesestán trabajando en el tejado. Aparco frente al pórtico, apagoel motor y me vuelvo hacia Ana.—Vamos a buscar a Elliot.Me muero de ganas de ver lo que ha conseguido hacer hastael momento.—¿Está aquí?—Eso espero. Para eso le pago.Ana se echa a reír y los dos salimos del coche.—¡Hola, hermano! —oigo gritar a Elliot, pero no lo veo porninguna parte—. ¡Aquí arriba! —Sigo con la mirada la líneadel tejado, contento de llevar puestas las gafas de aviador anteel brillo cegador del sol, y ahí está él, saludándonos con lamano. Su sonrisa eclipsaría la del Gato de Cheshire—. Ya erahora de que vinierais por aquí. Quedaos ahí. Enseguida bajo.

Ana sigue aquí, a pesar de todo lo que he hecho.

La calidez de su amor se propaga por mis venas.

Extiendo el brazo y le aprieto la rodilla. Luego le acaricio

con los dedos la piel del muslo que las medias dejan al

descubierto, disfrutando de su tacto.

—Me alegro de que no te hayas cambiado.

Ana pone su mano sobre la mía.

—¿Vas a seguir provocándome?

No sabía que lo estuviera haciendo.

Pero, oye, vamos a jugar.

—Tal vez.

—¿Por qué?

—Porque puedo.

Le sonrío de oreja a oreja.

—A eso podemos jugar los dos… —susurra.

Voy subiendo con los dedos por la parte interior de su

muslo.

—Inténtelo, señora Grey.

Ella me coge la mano y la coloca sobre mi rodilla.

—Guárdate tus manos para ti —me dice con aire remilgado.

—Como quiera, señora Grey.

No soy capaz de ocultar una sonrisa. Me encanta Ana

cuando está juguetona.

Ja. Me encanta Ana. Punto.

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