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Freed-Fifty-Shades-Freed-As-Told

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Ignorándome, ella se pone la otra media hasta el muslo con

la misma lentitud sensual. Luego se levanta, me da la espalda

y se agacha para secarse el pelo con la toalla, y su espalda

forma una curva perfecta. Me hace falta reunir toda mi fuerza

de voluntad para no agarrarla y tirarla sobre la cama. Se

incorpora y se endereza, y sacude su poblada y húmeda

melena de pelo castaño para que caiga por su espalda, por

debajo del cierre del sujetador.

—Respóndeme —murmuro.

Pero ella se limita a regresar indignada hacia la cómoda,

coger el secador y encenderlo para blandirlo como si fuera un

arma. El ruido me crispa todavía más los nervios.

¿Qué hago si mi mujer me ignora?

Estoy perdido.

Se pasa los dedos por el pelo mientras se lo seca y yo cierro

los puños para contenerme y no tocarla. Estoy desesperado por

hacerlo y acabar con toda esta tontería. Pero el recuerdo de

Ana hablándome con tanta malicia después de los correazos en

el cuarto de juegos me viene a la memoria.

«Eres un maldito hijo de puta.»

Me pongo pálido. No quiero volver a pasar por eso.

Jamás.

La contemplo, en silencio e hipnotizado. Hace solo unos

días me dejó secarle el pelo. Acaba con una floritura: su

melena es una corona castaña con reflejos rojizos y dorados

que cae en cascada sobre sus hombros. Está haciéndolo a

propósito. Pensarlo aviva mi furia.

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