Freed-Fifty-Shades-Freed-As-Told
—Christian, no sabes lo que dices. No seas ridículo. Noestoy eligiendo a nadie. Y puede que sea «ella».—Ella… Oh, Dios.¿Una niña?¿Una bebé?No. La habitación no deja de girar y caigo de espaldas sobrela cama…Mia de bebé, con su mechón de pelo negro y sus curiososojos negros. Ana la tiene en brazos. Siento una ligera brisa enla cara. Resulta refrescante bajo el sol. Estamos en el huerto.El rostro de Ana rezuma ternura mientras mira sonriente aMia de bebé, a continuación me mira a mí. Se alejacaminando y no se vuelve a mirar, mientras yo me quedoquieto, observándola. Ana no me mira. Sigue adelante ydesaparece por el garaje del Heathman. No se vuelve a mirar.Me duelen los nervios, todos los huesos, hasta el tuétano. No.Quiero llamarla a gritos. Pero no puedo hablar. No me salenlas palabras. Estoy ovillado en el suelo. Atado. Amordazado.Dolorido. Por todas partes. El repiqueteo de los tacones rojosretumba sobre las baldosas.—Conque te has vuelto a emborrachar.Elena lleva puesto un arnés y agita una alargada y delgadavara. No. No. Esto será difícil de soportar.—Lo siento.—No he dicho que pudieras hablar. —Habla en un tonocortante. Formal.
Me preparo para lo que viene. Hago acopio de fuerzas. Merecorre la columna con la vara, y de pronto noto que ya noestá sobre mi piel, lo que me ofrece un breve alivio antes deazotarme en la espalda. Inspiro con fuerza mientras mepreparo para recibir la laceración sobre la piel. Elena apoyala punta de la vara en mi cabeza. El dolor me penetra por elcráneo. La puerta se abre de golpe y la enorme figura delhombre ocupa todo el marco. Elena chilla. Y chilla. El ruidome parte la cabeza en dos. Él está aquí. Y me pega, un ganchode izquierda directo a la mandíbula, y la cabeza me explota dedolor. Mierda.Abro los ojos de golpe, y la luz me penetra hasta el cerebrocomo un escalpelo. Los cierro de inmediato. Joder. Micabeza… mi cabeza pulsante y dolorida.¿Qué narices?Estoy tumbado sobre la cama, helado y tieso.¿Vestido?¿Por qué? Vuelvo a abrir los ojos, poco a poco esta vez, ypermito que la luz del día vaya entrando. Estoy en casa.¿Qué ocurrió? Me esfuerzo por recordar, pero algo, algunafechoría, me irrita la conciencia.¿Grey, qué has hecho?Lentamente mi memoria descorre las cortinas de losucedido anoche y desvela algunas de mis transgresiones.Bebiendo.Como un cosaco.
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—Christian, no sabes lo que dices. No seas ridículo. No
estoy eligiendo a nadie. Y puede que sea «ella».
—Ella… Oh, Dios.
¿Una niña?
¿Una bebé?
No. La habitación no deja de girar y caigo de espaldas sobre
la cama…
Mia de bebé, con su mechón de pelo negro y sus curiosos
ojos negros. Ana la tiene en brazos. Siento una ligera brisa en
la cara. Resulta refrescante bajo el sol. Estamos en el huerto.
El rostro de Ana rezuma ternura mientras mira sonriente a
Mia de bebé, a continuación me mira a mí. Se aleja
caminando y no se vuelve a mirar, mientras yo me quedo
quieto, observándola. Ana no me mira. Sigue adelante y
desaparece por el garaje del Heathman. No se vuelve a mirar.
Me duelen los nervios, todos los huesos, hasta el tuétano. No.
Quiero llamarla a gritos. Pero no puedo hablar. No me salen
las palabras. Estoy ovillado en el suelo. Atado. Amordazado.
Dolorido. Por todas partes. El repiqueteo de los tacones rojos
retumba sobre las baldosas.
—Conque te has vuelto a emborrachar.
Elena lleva puesto un arnés y agita una alargada y delgada
vara. No. No. Esto será difícil de soportar.
—Lo siento.
—No he dicho que pudieras hablar. —Habla en un tono
cortante. Formal.