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ES Agustín Churruca S.J. Jesuitas

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La Compañía de Jesús

¿Cómo nació?

P. Agustín Churruca, S.J.

Colección Ignaciana 1

Presentación:

Las siguientes líneas no presentan un estudio exhaustivo de la personalidad y de la

trascendencia de san Ignacio de Loyola, y de su obra ni mucho menos. Este libro

consta de pocas hojas como puede palparse y se limita a presentar a grandes rasgos

tres partes centrales.

En la primera: trato de mostrar algunos de los principales sucesos protagonizados

por Iñigo de Loyola antes y después de su conversión, apoyado en la Autobiografía.

En la segunda, leeremos lo relacionado con la fundación de la Compañía de Jesús,

así como algunas de las primeras labores emprendidas por esta orden durante esos

primeros años de su vida.

En la tercera y última, presento a los lectores una interpretación de lo que fue finalmente

san Ignacio y de lo que, por lo tanto, realizó. Tal interpretación la encuadro

en su contexto histórico. Busco explicar cómo la historia produjo a san Ignacio y

cómo la historia lo explica en buena medida, pero, también cómo san Ignacio superó

la fuerza de la historia y se constituyó en uno de sus generadores importantes a

partir del siglo XVI.

Muchos otros aspectos de la persona del santo han quedado al margen de estos renglones.

Quien se interese por ellos los tienE a la mano en la inconmensurable bibliografía

que ha sido publicada antigua y recientemente.

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Lo que puede adquirir el lector con este escrito es, por un lado, una invitación a

profundizar el tema tratado; por otro, una visión de conjunto de la vica de san Ignacio

en unas cuantas hojas y, finalmente, una grande admiración por su personalidad.

Primera parte

EL HOMBRE

Capítulo I

1. El herido de Pamplona

El iniciador de la orden jesuita nació, c.lo que parece, antes del 23 de c·ctubre de 1491

en Loyola, cerca de Azpeitia, en GuipÚzcoa.

Hacia el año de 1506 se encontraba sirviendo como paje a D. Juan Velázquez de Cuéllar,

contador de Fernando el católico.

En Azpeitia, cometió un delito grave del que fue acusado por el corregklor Hernández

de la Gama en 1515. Iñigo pasó en 1517 al servicio del virrey de Né.varra, Antonio

Manrique.

En 1520 ocupó un lugar en el frente durante la batalla de Nájera. Un año después, el

29 de mayo, fue herido por los invasores franceses, en la ciudad de Paoplona a la que

defendía heroicamente.

Trasladado a su casa, Loyola recibió el 24 de junio la unción extrema: pues los médicos

consideraron en muy grave peligro su vida. Hernán Cortés, mientras tanto estaba

sitiando la imperial Tenochtitlan.

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Ignacio condensa este lapso de su existencia afirmando que "hasta los veintiséis años

de edad fue hombre dado a las vanidades del mundo y principalmente se deleitaba en

ejercicios de armas, con un grande y vano deseo de ganar honra".

Este hombre de espíritu medieval, había vivido en efecto, en aquella España moldeada

en la reconquista, esperanzada por el descubrimiento de América, gobernada por

los reyes católicos, Cisneros y Carlos V

Su padre Beltrán Yánez de Oñaz y Loyola, había contraído nupcias con doña Marina

Sánchez de Lincona en 1467. Iñigo fue el último de los 13 vástagos.

2. Transformación de su espíritu

Ignacio superó el peligro de muerte.

Al dar los primeros pasos notó, sin embargo, que «le quedó abajo de la rodilla un

hueso encabalgado sobre otro . .. y juzgaba que aquello le afearía» e impediría su

carrera mundana.

Decidió, pues, someterse a una nueva intervención quirúrgica. Resultó en extremo

dolorosa pero fue sufrida estoicamente por el soñador de triunfos militares, que demostraba,

así, el dominio que ejercía sobre sí mismo.

La convalecencia pareció sobremanera tediosa al hombre de acción y de armas.

Decidido a entretener las horas, pidió a su familia algunos libros de caballería.

En la casa solariega solamente pudieron proporcionarle dos, y de tema bien distitno

al solicitado: La Vida de Cristo, del cartujo Ludolfo de Sajonia (+ 1377), Y una traducción

de la Legenda Aurea, del P Jacobo de Vorágine (+ 1298) .

De octubre a diciembre de 1521, el alma enferma del hombre herido sufrió una conmoción

profunda.

Su pensamiento y deseo vacilaban horas enteras decidiendo entre conquistar el corazón

de alguna dama, o dedicarse a imitar a san Francisco y a santo Domingo.

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La tranquilidad de aquel rincón vascongado le permitió recordar su vida pasada y

caer en la idea de «cuánta necesidad tenía de hacer penitencia de ella».

Pensó, entonces, ingresar «en la cartuja de Sevilla sin decir quién e~a para que en

menos se le tuviese: y allí nunca comer sino hierbas». A un criado ruyo, le mandó

observar el régimen cartujo, establecido en Miraflores; Burgos, «Y la información que

de ella tuvo le pareció bien».

Capítulo II

3. El Peregrino

A fines de febrero de 1522 salió del hogar paterno rumbo a Monserra:.

En su panorama de monje cartujo se había introducido, también la idea de viajar

como penitente, a la tierra de Cristo. Ignacio se había decidido por esto último.

Llegó a territorio catalán en mayo y «concertado con el confesor, se ccnfesó por escrito

generalmente, y duró la confesión tres días». Este acto significaba la ruptura

definitiva con su vida pasada, vana y desgarrada.

Pasó después a Manresa en donde permaneció hasta julio de ese año, }idiendo limosna,

sin comer carne ni beber vino.

Dejó crecer el cabello, las uñas de los pies y de las manos, porque en 2110, durante su

vida pasada de romances y hazañas militares, aun delictivas, «habíé. sido curioso».

El tormento de los escrúpulos, con todo, vino a turbar su recio espíritu. El peregrino

perseveraba en la oración hasta siete boras dirias, pero en su ánimo b Jllía una intensa

desolación. En su camino místico, su alma empezaba a ser purificada.

En el culmen del hastío, tuvo que reprimir vehementes deseos de ~< echarse de un

agujero grande» que había en el cuarto en que se hospedaba.

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En pos de alivio a su angustia, se prometió a sí mismo dejar de comer una semana.

A este periodo límite sucedió, sin embargo, la invasión de luz que transformó su

alma. Se conoce con el nombre de la Ilustración del Cardoner, al hecho acaecido en

el espíritu de Ignacio en agosto o septiembre de 1522, por IT_edio del cual tuvo una

clara imagen de la divina divinidad.

A mediados de febrero de 1523 tomó el rumbo de Barcelona, decidido a embarcarse

hacia Jerusalén.

El día 18 entró en el puerto. Después de veinte días logró partir a Italia. La navegación

de cinco días lo dejó en Gaeta de donde, a pie, siguió a Roma y después a Venecia,

en la que se situó a mediados de mayo. Gracias al Duque obtuvo un pasaje hasta

Chipre. De allí salió el 19 de agosto. El 4 de septiembre entró en la ciudad de

Jerusalén.

Con el máximo fervor religioso visitó los Santos Lugares y, en cuanto pudo, manifestó

a los guardianes franciscanos su deseo de permanecer allí toda la vida. Ellos lo

impidieron.

El peregrino aventurero se vio obligado a emprender la vuelta a Europa el 23 de

septiembre de 1523.

Contempló Venecia a mediados de enero de 1524 después de un viaje en que estuvo a

punto de naufragar.

Sufrió mucho por el intenso frío que soportó; él, que «no llevaba más ropa que unos

zaragüelles (calzones muy anchos, largos y mal hechos) , de tela gruesa hasta la

rodilla, y las piernas nudas, con zapatos y un jubón de tela cegra, abierto con muchas

cuchilladas por las espaldas, y una ropila corta de poco pelo».

Nada quedaba ya del militar arrogante.

N ada del conquistador de la admiración femenina.

Abatía el ánimo de este hombre la duda de su futuro incierto. Optó por «estudiar

algún tiempo para poder ayudar a las ánimas». Decidió entonces recibir clases en

Barcelona, a la que llegó a principios de febrero del mismo 1524.

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Capítulo 111

4. El aprendiz adulto

El maestro Arévalo introdujo a Ignacio en los secretos del latín. Tenía el alumno 33

años de edad.

Pensando que su salud era suficiente, tornó «a las penltencias pasadas; y así empezó

a hacer un agujero en las suelas de los zapatos. Íbalos ensanchando poco a poco, de

modo que, cuando llegó el frío del invierno, ya no traía sino la pieza de arriba».

A fines de marzo de 1526, el maestro aprobó que pasara a Alcalá, en donde se matriculó

en los cursos de Lógica, Física y Teología.

Empezó a explicar el catecismo a quien quisiera oírle. Su auditorio fue tan numeroso

que la actividad de aquel desconocido alarmó a la Inquisición.

El19 de abril de 1527 Ignacio fue encarcelado. No quiso «tomar abogado, ni procurador,

aunque muchos se ofrecían» y durante su cautiverio siguió hablando a quienes

se presentaban a escucharlo.

Estuvo preso 42 días, al final de los cJales se le permitió salir a condición de no

predicar durante cuatro años, hasta que hubiera terminado sus estudios.

Acudió Ignacio a la ciudad de Valladolid para solicitar al arzobispo Alonso de Fonseca

que revocara la sentencia, pues ella le impedía injustificadamente hacer el bien al

prójimo.

El prelado sugirió que prosiguiera sus estudios en Salamanca. El estudiante llegó a

esta ciudad en el mes de julio y reinició su predicación.

Pero la Inquisición salamanticense apresó y encadenó al desconocido predicador, en

agosto, junto con tres seguidores: Calixto, Cáceres y Arteaga, quien después sería

nombrado Obispo de Chiapas.

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Los papeles que llevaba Ignacio -€l cuadernito de los Ejercicios Espirituales- fueron

sometidos a una revisión teológica.

Al mismo autor le fue realizado un riguroso examen.

Le ordenaron al final que explicara el primer mandamiento de la Ley de Dios, como

solía decirlo a sus oyentes. «El se puso a hacello, y detúvose tanto y dijo tantas cosas ...

que no tuvieron ganas de demandarle más», pero no fue puesto en libertad.

Ni lo deseaba el prisionero. Visitado por «Don Francisco de Mendoza, que agora se

dice Cardenal de Burgos», éste le preguntó si no sentía pesar de su prisión.

« o hay tantos grillos ni cadenas en Salamanca, que yo no deseo más por amor de

Dios», contestó el inquebrantable Iñigo.

Ocurrió un día que los presos huyeron de la cárcel a excepción de Ignacio y compañeros.

«Y cuando en la mañana fueron hallados con las puertas abiertas, y ellos solos

sin ninguno, dio esto mucha edificación a todos, e hizo mucho rumor por la ciudad;

y así luego le dieron todo un palacio, que estaba junto, por prisión». El peregrino

conocía con exactitud el rumbo de su vida.

El 22 de agosto escuchó la sentencia absolutoria, pero también la prohibición, por

cuatro años, de explicar cuestiones morales.

Contestó el peregrino que obedecería mientras permaneciese en Salamanca, pero

que no parecí2. justo se le privara de ayudar a los prójimos. «Yansí se determinó de

ir a París a estudiar».

Muchos pretendieron obstaculizar tal deseo, sin resultado; él «se partió solo, llevando

algunos libros en un asnillo», a mediados de septiembre. Lleg6 a París el2 de febrero

de 1528.

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5. La Universidad francesa

Hubo de repasar el latín todo ese año. «Y la causa fue porque, como le habían hecho

pasar adelante en los estudios con tanta priesa, hallábase muy falto de fundamentos;

y estudiaba con los niños, pasando por la orden y maEera de París».

Notó Ignacio, poco después, que tampoco en la Ciudaci Luz era suficiente su adelanto,

pues gastaba parte del tiempo en lograr prosélitos y recoger limcsnas con que

sustentarse.

Un fraile español le aconsejó que pidiera dinero en Flandes, pues lo hanaría bastante

de una vez para todo el año, como suscedió.

y así, cada uno de los años que transcurrieron de 1529 a 1531 viajó a aquel país «Y

una vez pasó a Inglaterra (1531), Y trajo más limosna de la que solía l(ls otros años».

6. La Inquisición presente

El peregrino y estudiante atrajo, mediante los ejercicios que había redactado, a escolares

prominentes: Peralta, Castro y Amador, durante mayo y junio.

Ni éstos ni los anteriores discípulos perseveraron junto a él. Pero la c(lnversión interior

efectuada en los tres alumnos levantó grandes rumores. Ignacio hubo de comparecer

una vez más ante la Inquisición que, sin embargo, también lo absolvió ahora.

El 1 0 de octubre de 1529 se inscribió en el curso de Filosofía. Al poco tiempo empezó

a ganar la voluntad al maestro Pedro Fabro y al maestro Francisco Ja'¡ier, los cuales,

confiesa el peregrino, obtuvo «para el servicio de Dios por medio de 11)s ejercicios».

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Segunda parte

SU COMPAÑíA

Capítulo IV

7. La alianza de Montmatre

Durante 1530 Y 1531 nada le impidió el éxito académico.

En 1532 Ignacio logró el grado de bachiller, en 1533 recibió la licenciatura, y principios

de 1533 fue nombrado Maestro en Artes.

Ganó para su causa, además, a Laínez, Salmerón, Rodríguez y Bobadilla. De 1533

hasta abril de 1535 estudió Teología.

La unión de ánimo de los siete, su deseo de consagrarse al ideal que pregonaba Ignacio,

y el modo de vida en que se habían adentrado, los llevó, el15 de agosto de 1534,

a pronunciar en la capilla de Montmatre, los votos de pobreza, castidad y de ir a:

Jerusalén para servir a sus prójimos.

El último voto qued6~ondicionado a su posibilidad; en caso contrario lo habían de

cambiar, según acordaron, por el de obediencia al Papa.

De esta forma nacía en ciernes la Compaflía de Jesús.

\

8. Los aires natales

«En París -refiere el santo- se encontraba muy mal del estómago, de modo que cada

quince días tenía dolor de estómago, que le duraba una hora larga y le hacía venir

fiebre. Y una vez le duró el dolor de estómago dieciséis o diecisiete horas. Y la

enfermedad iba siempre muy adelante sin poder encontrar ningún remedio, aun

cuando se probasen muchos».

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Los médicos no encontraron mejor receta que enviar al paciente a respirar los aires

natales.

Sus compañeros, además, «le hicieron grandes instancias» para obligarlo a viajar.

Acordaron volver a reunirse en Venecia cuando empezara el año de 1537.

Decidido a salir rumbo a España, Iñigo supo que la Inquisición gala había incoado

un nuevo proceso en su contra.

Presentóse ante el Inquisidor y suplicóle publicara la sentencia.

La autoridad le pidió el librito de los Ejercicios «Y habiéndolos visto, los alabó mucho»,

pero no emitió ningún veredicto.

Por tanto Ignacio fue «con un notario público Y con testigos a su casa Y tomó fe de

todo ello. Y hecho todo esto, montó en un caballo pequeño que los compañeros le

habían comprado, y se fue solo hacia su tierra». Eran los comienzos de abril de

1535.

A fines de ese mes volvió a ver la casa paterna, pero no se hospedó en ella sino en el

hospital común, «Y después, a hora conveniente, fue a buscar limosna en el pueblo »,

resuelto a vencer la soberbia con que otrora, arrogante, había deambulado por esas

calles Y entre esos vecinos.

Determinó «enseñar la doctrina cristiana cada día a los niños; pero su hermano se

opuso mucho a ello, asegurando que nadie acudiría. Él respondió que le bastaría

con uno. Pero después que comenzó a hacerlo, iban constantemente muchos a oírle,

Y aun su mismo hermano».

Habló también a los adultos «que de muchas millas venían a oírle», reformó las

costumbres de Azpeitia, Y obtuvo se ayudara establemente a los más necesitados.

Sin embargo, el pronóstico médico no resultó adecuado; el caballero empeoró Y hubo

de salir de su tierra en agosto.

Su hermano le obsequió viaj al' en caballo hasta el límite de la provincia de GÜipÚzcoa.

Caminó después a Sigüenza Y Toledo.

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Llegó a Valencia cuando terminaba septiembre y se embarcó rumbo a Génova, desde

donde enfiló hacia Bolonia.

9. Amigos en el Señor

A fines de 1535 arribó a Venecia y decidió aguardar la llegada de sus compañeros de

vida, estudiando Teología y dando ejercicios.

Corrió el rumor entre los venecianos de que había sido quemado en efigie en España

y en París, y fue dad2. sentencia a favor del peregrino.

Por fin el 8 de enero de 1537 llegaron todos a Venecia y se «se dividieron para servir

en diversos hospitales».

Pese al tiempo transcurrido sin estar juntos, su amistad y su alianza en Montmatre

pernlanecían filmes.

Era necesario cumplir el voto de peregrinar a Tierra Santa y para ello acudieron

todos, menos Ignacio, a Roma, en busca del permiso, que les fue otorgado.

En espera de que hubiera una nave disponible, volvieron a Venecia.

En esta ciudad recibieron la ordenación sacerdotal e124 de junio de 1537 quienes no

eran sacerdotes.

Como los turcos habían roto las paces con los venecianos, el grupo se repartió por la

región para predicar en tanto cambiaran las circunstancias y pudieran iniciar su

viaje.

Optaron después por llegar a la Ciudad Eterna. «Y estando un día, algunas millas

antes de llegar a Roma, en una iglesia y haciendo oración, sintió tal mutación en su

alma y vio tan claramente que Dios Padre lo ponía con Cristo, su Hijo, que no tendría

ánimo para dudar de esto, sino que Dios Padre le ponía con su Hijo».

El conjunto de peregrinos entró en la ciudad papal a mediados de noviembre de

1537.

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Hasta la cuaresma del 38 dieron ejercicios, predicaron y ejercitaron las obras de caridad.

Fue acusado Ignacio nuevamente en dos ocasiones y otras tarjas obtuvo la

absolución, la última de ellas de manos del mismo Pa?a Pablo IlI, ante el cual acudió

en persona.

Este es el último suceso que narró Ignacio en su relato autobiográf:co. No pudo

dictar más. Pero conocemos el resto de sus peripecias por medio dE fuentes muy

cercanas a los acontecimientos.

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10. Una nueva orden religiosa

Ignacio celebró su primera misa hasta e125 de diciembre de 1538.

Poco antes, hacia el 23 del mes anterior, todos habían acudido ante el Papa para

ofrecerles sus personas, dada la imposibilidad del traslado a Jerusalén

.

Durante la Cuaresma de 1539 reuniéronse a deliberar acerca de su futJro. ¿Establecerían

una nueva orden religiosa? ¿Eligirían su superior y le prometErían obediencia?

A las dos dudas respondieron afirmati\'amente. Procedieron a redactar la llamada

. Fórmula del Instituto que descrbía el fin de la naciente agrupación Pablo III la

aprobó verbalmente e13 de septiembre.

Pedro Rivadeneira cuenta que, buscando cómo llamar al grupo que había nacido,

. «el Padre pidió a sus compañeros que le dejasen a él poner el nombre a su voluntad;

y habiéndoselo concedido todos con gran alegría, dijo él que se habÍl de llamar la

Compañía de Jesús» .

El año de 1540 se señala el comienzo de la proyección mundial del gn~ po, pues tanto

Simón Rodríguez como Francisco Xavier, fueron enviados a evangel:zar las Indias

Orientales.

El 27 de septiembre del mismo año la Iglesia aprobó oficialmente a la Compañía de

Jesús mediante la Bula «Regimini Miltmtis Ecclesiae» que publicó el Papa Julio IJI,

a la sazón reinante.


La Compañía de Jesús, dice el documento, «es fundada principalmente para emplearse

toda en la defensión y dilatación de la santa fe católica, predicando, leyendo

públicamente y ejercitando los demás oficios de enseñar la palabra de Dios, dando

los ejercicios espirituales, enseñando a los niños y a los ignorantes la doctrina cristiana,

oyendo las confesiones de los fieles y suministrándole~ los demás sacramentos

para espiritual consolación de las almas. Y también es insUuida para pacificar los

desavenidos, para socorrer y servir con obras de caridad a los presos de las cárceles y a

los enfermos de los hospitales. Y todo esto ha de hacer graciosamente, sin esperar

ninguna humana paga ni salario por su trabajo».

En los párrafos siguientes se expresa el deseo de obedecer al Papa: «hemos juzgado

que en grande manera aprovechará que cualquiera de nosotros, y los que de hoy en

adelante hicieren la misma profesión, además de los tres votos comunes, nos obliguemos

con este voto particular, que obedeceremos a todo lo que nuestro Santo Padre

que hoyes y los que por tiempo fueren Pontífices romanos nos mandaren para el

provecho de las almas y acrecentamiento de la Fe. E iremos sin tardanza (cuanto

será de nuestra parte) a cualquier provincia donde nos enviaren, sin repugnancia ni

excusarnos, ahora nos envíen a los turcos, ahora a cualquier otros infieles, aunque

sean en las partes que llaman Indias; ahora a los herejes y cismáticos o a cualquier

católicos cristianos».

La Compai1ía estableció desde un principio una de sus principales características: la

unión especial con el Vicario de Cristo.

La fórmula consideró necesario que los jesuitas pronunciaran el voto de obediencia a

un superior religioso; recalcó la importancia de la pobreza y excluyó de sus prácticas

el rezo del oficio divino en común, punto innovador que costará mucho trabajo

hacerlo adquisición definitiva de la Orden, dadas las resistencias tan sonadas que

propició.

Terminaba el documento insistiendo en que «a la verdad este Instituto pide hombres

del todo humildes y prudentes en Cristo, y señalados en la pureza de la vida cristiana

y en las letras».

23


Capítulo V

11 Loyola superior

Era inaplazable proceder a la elección del superior de ~odos ellos.

E18 de abril de 1541 depositaron sus votos Ignac'o, Diego Laínez, Alfon,o Salmerón,

Pascasio Broet, Juan Coduri y Claudio Jayo, estos tres últimos asociado~ recientes.

Bobadilla cumplía una misión papal y no envió su voto. Francisco Xavier lo dejó

escrito antes de partir a Portugal, al igual que Rodríguez; desde Alemania lo había

remitido Pedro Fabro.

Sucedió que «abriendo todas las cédulas una tras otra, nemine discrep c..nte, vinieron

todas las voces sobre Iñigo».

Él prefiro no aceptar y les «hizo una plática, según que su ánima sentía, afirmando

hallar en sí más querer y más voluntad para ser gobernado que para gobernar; que él

no se hallaba con suficiencia para regir a sí mismo, cuanto menos para regir a otros;

a lo cual atento, y a sus muchos y malos hábitos pasados y presentes, con muchos

pecados, faltas y miserias, él se decalaraba y se declaró de no aceptar tal asunto ni

tomarlo jamás, si él no conociese más claridad en la cosa ... más que é ~ los rogaba y

pedía mucho in Domino que con mayor diligencia mirasen por otros tres o cuatro

días ...».

Efectuada la segunda votación Ignacio :-esultó elegido nuevamente. Volvió a negarse,

pero aceptó consultar el negocio con su confesor, el padre Teodosio de Lodi, virtuoso

varón, ante quien haría confesión de toda su vida pasada «desde el día que supo

pecar hasta la hora presente», y representaría el estado de su salud cOl!oral.

El franciscano opinó que Ignacio no debía resistir. Y así el 22 de abril dd mismo año

fueron todos los compañeros a la Iglesia de san Pablo y pronunciaron sus votos.

Cada uno prometió «a Dios Todopodercso, delante de ~a Virgen Sacrat'sima, su Madre,

y de toda la corte celestial, y en prEsencia de la Compañía, y a vos, reverendo

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Padre, que tenéis el lugar de Dios, perpetua pobreza, castidad y obediencia, según la

forma de vivir contenida en la bula de la Compañía de Jesús y en las Constituciones,

así declaradas como las que se han de declarar adelante. Y más, prometió especial

obediencia al Sumo Pontífice para las misiones contenidas en la dicha bula. Y también

prometo obedecer en lo que toca a la enseñanza de los niños, según la misma

bula» .

Capítulo VI

12. Los jesuitas en Europa

A las puertas de la casa ignaciana se presentaron nuevos jóvenes y adultos que deseban

engrosar las filas, entre ellos Francisco Estrada, Antonio Araoz, Pedro Codacio, Jerónimo

Domenech, Pedro de Rivadeneira, Andrés de Oviedo, Juan Alonso de Polanco,

Francisco de Villanueva, Jerónimo de Nadal, Miguel Torres, Martím de Olabe, Pedro

Canisio, Francisco de Borja, Luis González de Cámara, Everardo Mercuriano.

Muchos otros merecían ser nombrados, si atendiéramos más a los méritos que el

crecimiento de la Orden les adeuda, que a los límites de esta síntesis.

Ignacio gobernaba desde Roma.

Al resto de la península envió hombres que ejercitaron la variedad de ministerios que

necesitaba la convulsionada cabeza del catolicismo, sometida al avance turco y al

reformador.

Fabro, Laínez, Salmerón, Broet, Jayo, etcétera, trabajaron tan activamente que para

el año de 1556, en que moriría el fundadol~ habrán establecido 20 colegios.

Pedro Fabro, Bobadüla y Salmerón, los primeros jesuitas presentes en el imperio

germánico, contribuyeron al renacimiento católico surgido en esas tierras. Habrá de

unírseles el joven Pedro Canisio, heredero de la fuerza apostólica que desplegaron los

primeros jesuitas en su nación.

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26

Un pequeño grupo de estudiantes jesuitas fue a la universidad de París ~n 1540, pero

ésta, el Parlamento y el obispo Eustaquio de Bellay no veían con bUEnos ojos a la

recién nacida orden.

El obispo no quiso otorgarles facultades ministeriales y las dos instituciones se negaron

a reconocer al Instituto. Su oposici5n fue persistente y difícil.

El Rey Enrique 11 aprobó, en 1551, el establecimiento de la Compañía p~ro no obtuvo

el beneplácito de los opositores. Ignacio consiguió el apoyo del monarca portugués y

de muchos duques, arzobispos, inquisidores y universidades europeas que escribieron

a Francisco I a favor de los jesuitas.

Hubo de arribar el año de 1556 para que se estableciera en Billon, el rrimer colegio

de la Compañía, fundado por el obisp8 Guillermo du Prat, al que acudieron 600

alumnos ese año y 1,660 en 1563.

El grupo establecido en 1542 en los Países Bajos, dirigidos por el P Gomenech, fue

recibido favorablemente por unas autoridades y rechazado por otros ~rsonajes. La

situación se mantuvo ambigua durante un tiempo, de manera análoga (..1 caso francés.

Francisco Xavier llegó a Portugal en 1540 para disponerse a seguir su itinerario a la

India. Ganó el favor de Juan 111 y su corte para la obra jesuita.

El P Rodríguez fue, enseguida, recibide· honoríficamente por la nobleza portuguesa.

Logró establecer el colegio de Coimbra en 1542. Portugal quedó constituida provincia

independiente cuatro años después.

Ciento quince portugueses se habían inscrito en el instituto ignacic.no en 1548 y

trescientos dieciocho en 1552. En Evorase abrió un Colegio en 1551 yen una universidad

en 1553.

Sin embargo, Rodríguez, impulsivo y no bien formado en la obediencia jesuita, gobernaba

su territorio y formaba a los jesuitas jóvenes de un modo que no aprobaba el

fundador.

Llamado por éste a Roma en 1545, Juan 11 que lo estimaba ampliamente, le impidió

el viaje. Fue posible sustituirlo hasta 1552.


El P. Mirón, Provincial, y el P. Miguel de Torres, Visitador, despidieron de la Compañía

a 60 jesuitas, seguidores del espíritu dE Rodríguez, con el ·Jbjeto de lograr que la

provincia tomara el cauce que marcaban las Constituciones de la Orden.

Fabro, en 1541, y Araoz, en 1544, fueron enviados por Ignacio a trabajar el territorio

español.

Araoz dio cuerpo al Colegio de Valencia en 1544 ~ al de Valladolid en 1545 y a los de

Gandía, Barcelona y Salamanca el año siguiente. Fue nombrado provincial en 1547.

La proliferación de instituciones educativas fue rápida: de 1548 a 1555 se establecieron

la Universidad de Gandía y los colegios de Burgos, Medina del Campo -honrados

por la presencia de san Juan de la Cruz y de Acosta, a quien la historia de México es

deudora- Córdova, Avila, Cuenca, Plascencia, Sevilla, Granada, San Lúcar y Murcia.

El total de fundaciones hispanas llegará a 17 casas atendidas por 300 jesuitas al

morir san Ignacio.

En 1548 ingresó a la Orden Francisco de Borja, virrey que había sido de Cataluña en

1540 a los 29 años de edad. Tres problemas graves surgieron contra la orden de

Ignacio y de Borja.

El teólogo Melchor Cano O.P. no aprobó la carencia de coro y de penitencias fijas ni la

benignidad que la Orden mostraba en el sacramento de la confesión.

Tachaba de iluministas a los Ejercicios de Ignacio, cuando no de cercanos a la herejía

respecto a la doctrina de la gracia. Publicó sus objeciones, ampliamente difundidas

por el prestigio intelectual que gozaba el autor.

El arzobispo de Toledo, D.Juan Martínez Guijeño, por su partE, prohibió en 1551 que

los jesuitas trabajaran en su diócesis.

No aprobaba que fueran exentos de la jurisdicción episco ~)al y sospechaba que

Villanueva y los demás que residían en Alcalá eran cristianos nuevos, a los cuales no

toleraba en sus dominios.

27


Fue necesaria la intervención del Papa, del Príncipe Felipe y del Nuncio, para que la

Compañía pudiera sobrevivir en aquel trance.

De la misma manera, expulsados y exculmulgados los discípulos de Ignacio por el

arzobispo de Zaragoza en 1555, a causa de la exención. hubo de intervEnir la princesa

doñaJuana para que a la ciudad pudieran regresar los exiliados.

13. El trabajo jesuita

Disponía la Orden en 1551, de tres provincias: Portugal, España y la India, yempezaba

a adentrarse en otros territorios.

En 1554 el movimiento ignaciano había constituido provincias a Italia, Sicilia y Brasil.

España se repartió en tres divisiones (Castilla, Aragón y Andalucía), y Alsnania en dos.

En 1553 había alrededor de 650 jesuitas, de los cuales ochenta vivían en Roma, cien

en Sicilia, ciento treinta en Italia, otros tantos en P0l1ugal y la misma cantidad en

España. Cincuenta se encontraban en Alemania, Flandes y Francia, y ~reinta habían

desembarcado en Brasil.

La actividad que desarrollaban los jesuitas estaba marcada por la circunstancia que

en esta mitad del siglo XVI preocupaba al mundo católico: hi Reforrr.a. Gran parte

de los esfuerzos de la nueva Orden se encaminaron, por tanto, a confrc ntar el avance

innovador.

Sus medios de apostolado eran variaoos: controversias con teólog03 renovadores,

publicación de escritos que afirmaban la doctrina católica, conversaciones con personajes

encumbrados, en las esferas civil y religiosa, a fin de afianzarlos en la fe,

ofrecimiento de los Ejercicios a quienes quisieran realizarlos, reforma de la vida

monástica, misiones populares, catecismo a niños, ayuda a encarcel é-dos y, por último,

apostolado educativo.

Sabido es que Laínez, Salmerón y Fabm fueron designados teólogos p;tpales del Concilio

de Trento, si bien el primero falleció y hubo de ser suplido por P.:dro Canisio.

28


Su presencia fue decisiva en la fonnulac;ón de los decretos restauradores del dogma

y la moral católica.

En la Fórmula aprobada por el Papa Pab lo III no se hablaba del apostolado educativo

como ministerio jesuita. Pronto sin enbargo Ignacio dedicó sus hombres, tanto a

las cátedras que se le ofrecían, cuanto aas lecciones sacras y a la explicación de la

~ Iloral. La Fórmula de Julio III aprobó que los discípulos de Ignacio se dedicaran a

las lecciones públicas.

En adelante, por la importancia que se a:ribuyó a la enseñanza, como medio eficaz

para detener el avance reformador, y para formar sólidamentE a la juventud católica,

el apostolado académico cobró auge creciente.

Hemos visto que en Gandía se establecié el primer colegio jesuita que fue elevado

después a Universidad. Muchos colegio~ irrumpieron en aquella Europa y en los

demás continentes adonde llegaban los apóstoles ignacianos.

Importancia especial tuvieron dos, el Colégio Romano: hoy Universidad Gregoriana,

y el Colegio Germánico, ambos especialmente atendidos con los mejores esfuerzos

del fundador y con sus mejores talentos. El primero de ellos extenderá su influjo a

nuestro país.

14. Los jesuitas en Asia, África y América

Los requisitos señalados por san Ignacio a quienes viajaban a países no cristianos

fueron agudos y penetrantes.

Les pedía que aprendieran el idioma de la .1ación para adaptarse a las costumbres del

que sería su nuevo país.

Insistía en que tomaran conocimiento de las ciencias que los sabios hubieran establecido,

pero añadía, asimismo, que desde el primer momento practicaran las obras

de caridad cristiana, enseñaran el catecismo a los niños, rudos e ignorantes, y que

atendieran con empeño a la formación de la juventud a través de colegios e internados.

29


Cuando murió Iñigo pudo comprobar que tales enseñanzas habían demostrado su

validez.

Adelantándose a los métodos misionales practicados después, habían r roducido dos

colegios en Goa, cuatro casas en el resto de la India, dos en Japón y cuatro más en Brasil.

La Compañía de Jesús había nacido con la obligación ce obedecer al Pé-pa en cuanto

a ir a cualquier misión que él designarE.

Desde 1492 habían aparecido ante Europa los desconocidos territorio~ americanos.

Medio siglo antes Portugal había mostrado la existencia de tierras africanas igualmente

misteriosas.

El navarro Xavier fue el primer jesuita que abandonó Europa en busca de conversiones

en los países lejanos.

Partió de Lisboa el 7 de abril de 1541, acreditado con un impreciso documento, redactado

con la vaguedad de conocimientos que tenían los europeos de los territorios

lejanos: viajaba como Nuncio Papal ante el Rey de Etiopía, los Príncipes del Mar

Rojo, Pérsico y Pacífico, y las autoridades que gob€rnaran ambos lados del Ganges,

allende el cabo de Buena Esperanza y las tierras adyacentes.

A los 13 meses desembarcó en Goa, recorrió la India, Celián, Malaca, J lpón y llegó a

China soportando el calor abrasador o la nevada glacial. Sostenido p,)r un corazón

de fuego, magistralmente moldeado po:, Ignacio, proporcionará a la Iglesia miles de

conversiones nativas.

No fue sino hasta 1547 cuando desde COimbra, salieron rumbo al CO:Jgo cuatro jesuitas,

que trabajaron en la conversión de los africanos, hasta que fuefJn expulsados

por el rey a quien recriminaban su poligamia.

En 1555 partió hacia Etiopía, misión tan cara al ánimo de Ignacio, una expedición

que no pudo obtener el fruto que anhéaba.

Mejor suerte cupo a los jesuitas que llEgaron a Brasil en expedicione~

1549, 1550 Y 1553.

realizadas en

30


En este año se constituyó la provincia independiente, primera en América, que disponía

de treinta jesuitas y cuatro casas.

Capítulo VII

15. La muerte de Ignacio

Junto con el trabajo que le suponía dirigir, organizar y alentar a los cada vez más

numerosos jesuitas, que se dirigían a los cuatro puntos cardinales, además de tratar

con las autoridades pontíficias y políticas los asuntos más intrincados de la época,

san Ignacio no descuidó enseñar personalmente el catecismo a los niños.

Durante el hambre que azotó a la ciudad eterna en 1538, alimentó a cuatrocientos

pobres.

En 1543 fundó un orfanatorio. Al año siguiente dio origen al Asilo de Santa Marta,

que recogía mujeres cuya moral peligraba. Instituyó, ddemás dos casas para

catecúmenos, una para judíos y otra para mahometanos.

Puso todo su cuidado en ofrecer sus milicias a las órdenes directas de los Papas Pablo

111 (que confirmó el Instituto, aprobó los Ejercicios y envió los primeros jesuitas a

misiones) , de Julio 111 (que los escogió por teológos en Trento, confirmó la Fórmula

definitiva y apoyó la erección del Colegio Germánico) , de Marcelo 11 (amicísimo de

la orden, muerto a los 22 días de su gobierno) y, por último de Pablo IV (devoto de

Ignacio, de Salmerón, de Laínez, pero no afecto a que el oficio fuera recitado en

privado).

Ignacio supo ganar también a los cardenales relevantes de la época: Contarini, Cal1)i,

Alvarez de Toledo, Cervini, Polo, Morono, etcétera.

Redactó las Constituciones de 1547 a 1550; las presentó a un grupo de padres llamados

a Roma, y pudo publicarlas, por fin, en 1552.

31


Expuso en ellas las cualidades que los pretendientes a ser miembros de la Orden

deberían tener y a cuáles de los admitidos habría que despedir.

Indicó la manera de «conservar y apro'v'echar en el espíritu y virtudES a los que

quedaren», diseñó la formación intelectual que deberían recibir y el mojo de incorporar

definitivamente a la Orden a quienes fueron juzgados capaces.

Reglamentó la conducta de éstos y bosquejó el apostolado que deberían realizar.

Encareció la unión entre todos los jesuitas y sus superiores, dictó normas de gobierno,

y por último recomendó los medios que se deberían usar para que la obra iniciada

se conservara y aumentara.

Son éstas las diez divisiones de su escrito, ejemplo, como es sabido, de fira sabiduría,

prudencia y proyección apostólica.

No pudo restablecerse de los quebrantos corporales que, tiempo atrás: afligían su

cuerpo.

EllO de noviembre de 1554 fue elegido el P Nadal ayudante del Santo en los asuntos

del gobierno .

. Morirá e131 julio de 1556 este hombre de baja estatura física, pero de e~rgía ingente.

Conocedor profundo de los hombres, modelo de prudencia y dominio de sí, organizador

y gobernante que atendía al detalle mínimo y emprendía proyectos grandiosos.

,. Místico, padre de apóstoles, entregó a su =glesia mil jesuitas distribuidos en doce provincias

y cien casas.

32


Tercera parte

SAN IGNACIO EL HOMBRE NUEVO

Capítulo VIII

16. Los valores medievales

A lo largo de las etapas de la vida de Ignacio -de Guipúzcoa a Italia-, trascurridas

desde la extinción de Tenochtitlan hasta un año después de la paz de Augsburgo, nos

encontramos en un periodo crítico de la cultura europea.

Los reinos europeos veían hecha pedazos la Edad Media y surgir definitivamente la

época conocida con el nombre de Renacimiento.

La Europa nueva había nacido. Con todo, numerosos restos culturales medievales

persistían, entremezclados con los elementos de la cultura renacentista que se abría

paso.

Podemos afümar que este Ignacio, al que hemos tenido que contemplar, era un hombre

medieval que, sin embargo adquirió rasgos renacentistas y terminó convertido en un

ser humano cuyo espíritu trascendió su pasado y presente histórico y se transformó

en el hombre nuevo que habrá de influir, a través de su obra, en el futuro devenir

humano.

Nos importa centrarnos en Ignacio en cuanto hombre nuevo, pero hemos de explicar

antes las primeras facetas del peregrino. Para ello será necesario que las enmarquemos

en sus respectivos conextos circunstanciales.

El emperador Carla Magno trató de construir una Europa política y religiosamente

unida bajo la autoridad temporal del Emperador y la espiritual del Papa.

33


A su muerte el territorio europeo se fragmentó en feudos innumerabl.:s (la Casa de

Loyola lo fue hasta el tiempo de los reyes católicos); la unidad religiosa, en cambio,

persistió en Europa.

La Iglesia , en efecto, fue el alma de la Edad Media. Podemos asentar c_ue ella, organizando

su estructura jerárquica, produjo, desde sus aulas, una cultura católica.

La sociedad medieval, teocrática, estuvo concentrada en una Europa replegada en sí

misma por defenderse del expansionismo de los imperios bizantino, musulmán y

turco y por liberarse de la división interna, que podía causarle el judaí~omo o la herejía

nacida en su seno.

Por fin surgieron elementos nuevos debidos a hombres que realizaron hazañas d~ cisivas,

y se efectuaron notables cambios de valores, de los que derivó uné- nueva época,

el Renacimiento, que trató de sepultar la cultura medieval.

Expliquemos sucintamente las anteriores afirmaciones.

Durante la Edad Media, la Iglesia consolidó, a partir de su autoridad suprema, que ya

existía, el resto de su organización jerárquica: cardenales, arzobispos, canónigos,

arciprestes.

Vio nacer, además, desarrollarse y florecer, varias órdenes religiosas, que afianzaron

su estructura visible y reforzaron su espiritualidad, tales como Cluny: la Cartuja, el

Císter, las órdenes de caballería, franciscana, dominica y otras.

Desde sus aulas palatinas, episcopales, monacales y, por último, uniV€rsitarias, con

base en la relevación judeo-cristiana y en su tradición, ya entonces milenaria, la

Iglesia prosiguió elaborando el dogma, gracias, por una parte, al esfuerzo intelectual

de preclaros pensadores (Roscelino, Duns Escoto, Eurígena, Anselmo, Bernardo, Pedro

Lombardo, Dante, Alberto, Tomás, principalmente) y por otra a lo~ diversos concilios

ecuménicos efectuados, desde el II de Nicea hasta el de Constanza.

Este dogma, centrado en]esucristo, derivó en un fuerte culto marian) y santoral, y

se incorporó a una espiritualidad mística sobresaliente, en Lulio, Catalina de Siena,

Kempis, Eckhardt, Suso, Taulero y el movimiento de la Devotio Moderna.

34


La Iglesia, obligada por las circuntancias y por la necesidad de completar sus valores

culturales, realizó una variable opción política.

Desde la unión íntima con la espada temporal, establecida por Carlo Magno, que

significó la completa sumisión de la Iglesia a la casa de Teofilacto, al emperador, al

señor feudal, empredió la lucha por su autonomía (episodios de Gregorio VI y Enrique

III, de Gregorio VII y Enrique IV, Batalla de las Tiaras).

Pareció obtener su independencia cuando se proclamó el Concordato de Worms

signado por Enrique Vy Calixto 11. Pero a la firma sucedió la lucha por la supremacía

entre dos entidades, a cuyos momentos culminates para la Iglesia (<<Dictatus,

Papae» de Gregorio VII, Bulas «Unam Sanctam» y «Clerisis Laicos» de Bonifacio

VIII), sobrevino la derrota del poder espiritual (Agnani, Aviñon, Cisma de Occidente y

Conciliarismo) .

Mientras tanto, al descubrir en la naturaleza misma la función del contrafuerte y de

las nervaduras, la cultura católica, en su plenitud de síntesis, transformando el arte

románico dio origen al gótico, cuyas catedrales reflej aron desde entonces, y con precisión,

el anhelo celestial del hombre medieval.

Este, sin embargo, pese a su fe indeclinable, incurrió en una relaj ación moral grave,

simoíaca, nicolaítia, supersticiosa, fanática que invadió jerarquía, monacato y pueblo

fiel.

La conciencia de pecado que tal comportamiento produjo en el hombre, para quien

la fe era el valor supremo, desquició al medieval y le causó, al final de la época, una

peligrosa esquizofrenia, aumentada por la devastadora peste negra y la anarquía

cátara: angustiosamente buscó la salvación en peregrinaciones, penitencias y culto

a las reliquias.

A excepción de lOS intentos cruzados, y de los tenues movimientos misionales (encaminados

rumbo al Mongol, al Mahometano, al Preste Juan), la época medieval desarrolló

sus valores únicamente en Europa, separada de Bizancio, amenazada por el

turco, invadida parcialmente por el musulmán y preocupada en evitar que, dentro de

sí, aumentara la religión de Moisés o apareciera la división doctrinal.

35


Estableció, por tanto, el Tribunal del Santo Oficio, del que, vanament;, esperó ru

fortalecimiento y cohesión.

17. El hombre medieval

Los anteriores explicaciones pueden llevarnos a comprender que, el Ignacio descrt.io

en su Autobiografía, fue un hombre con profundas raíces medievales. Hasta los 26

años no tuvo más aspiración que el «grande y vano deseo de ganar honra», 10

desfaciendo entuertos, como el caballero manchego, si:lo causándolos J participc.ndo

en gestas bélicas.

Romperá Ignacio con esta heredada actitud y pisoteará su antiguo ideal cuanJo,

vuelto a Azpeitia, y hospedado en el hospital, aguardará la hora de sé-lir a pedir limosna

a sus paisanos, entre los que, antes, paseó desafiante, airoso, despectiVJ y

agresivo.

El herido recordó su vida pasada en el lecho.

Cayó en la cuenta de «cuánta necesidad tenía de hacer penitencia de ~lla ».

Sintió en sí mismo el remordimiento del peregrino medieval, que flagelante, caminaba

a Santiago, o se acogía al manto de la Virgen que oraba por él; pecador, esp~raba

la salvación del culto a los santos.

Desde Manresa y no pocas veces más, a causa de la misma herencia recibida, IgIlacio

fue afecto a hacer confesiones generales, repetidas, largas y minuciosas.

El penitente arrepentido del medioevo, renació en la alma ignacianl: ayunó, dejó

que las uñas crecieran, no arregló su cabellera, vistió zaragüelles, reortó la sue.a de

los zapatos. Deseaba que todos los grillos y cadenas de Salamanca é-prisionaré-n su

cuerpo pecador.

Convaleciente, no pidió a su familia las obras de Petrarca o de Boccc.ccio, que ni las

habría en España, ni mucho menos en la casa solariega de D. Beltrár.: solicitó hbros

de caballería medieval. En la mansión únicamente pudieron propo ~cionarle las vidas

de los santos y la obra del cartujano.

36


Sumergido en su proceso de cambio, soi1aba aún en adquirir el aprecio de la dama y

suspiraba por ella como el andante, el feudal o el cruzado.

De fe medieval, ardiente y firme, el pecador no habría de tolerar que un moro ofendiera

a la Virgen María y lo hubiera apuñalado, si la mula, émula de Rocinante, no

prefiriera el camino de la pasividad: el ideal de las cruzadas vivía en el corazón del

hombre vano y desgarrado.

De Azpeitia salió rumbo a Tierra Santa y, llegado, quiso reproducir individualmente

la hazaña comunitaria que habían realizado los francos de la primera cruzada: permanecer

en aquel suelo para toda la vida.

Imitar a los medievales Francisco y Domingo, o ingresar en la Cartuja, fueron los

pensamientos y deseos que acompañaron también a Ignacio a su cama de enfermo.

Fundador de una nueva orden reproducirá en ella elementos provinientes de la antigua

tradición y el ideal medieval de ir, cruzando pacífico, a Tierra Santa.

Capítulo IX

18. Los valores renacentistas

Los vientos nuevos trajeron consigo una diferente concepción política.

Los Federicos, Felipe el Hermoso, El Municipio Libre de los italianos, la Carta Magna

de los anglos, los legistas franceses, destrozaron el sueño político de Carla Magno. Así

a Agnani, sucedió Aviñon y a éste el Cisma.

Por otro lado Amoldo de Breci, Pedro de Bruys, Enrique de Lausanne -Luteros medievales-

y principalmente Wyccleff y Huss, saliendo del seno católico, esbozaron la

pluralidad religiosa europea del futuro siglo XVI.

37


La introducción del aristotelismo, procreado por Avicena. Maimónides, Arerroes, obligaron

a Alberto Magno y a Tomás a cristianizar al griego y a establecer el nuevo

pensamiento de la universidad.

Los sabios bizantinos, fugitivos en 1453, a la caída de Constantinopla, t~asladaron a

Europa los escritos griegos y latinos que produjeron avidez intelectual En el hombre

europeo.

Las aportaciones científicas, en fin (pólvora, imprenta, brújula, desarrClllo de la cartografía

y de las naves) los descubrimiectos marítimos del Portugal de 3nrique IV, el

viaje de Colón, junto con la modificaciones económicas producidas pl)r la circulación

de la moneda, las instituciones bancarias italianas, el surgimiento de la burguesía

nos ayuda a entender que la Edad de la Catedral de Reims y de N )tre Dame no

puede durar más.

Los mismos Papas humanistas, Nicolás, Sixto, Alejandro, se incorporaron a la corriente

renacentista de su época y la patrocinaron.

Antes que Ignacio llegara a Roma en 1538, Da Vinci, Rafael, Durero, Tomás Moro,

produjeron sus obras; Balboa descubrió el Pacífico ~ Magallanes dio la vuelta al mundo,

Cortés derrotó a Cuauhtémoc, Pizarro halló el suelo inca y Maqu:avelo, Lutero,

Erasmo y Enrique VIII habían desarrollado sus frentes de batalla.

España, unida por Isabel y reformada por Cisneros, pretenderá, con e arlos V, defender

las grietas político-religiosas que habían surgido en todo el continente. En vano

tratará de reencarnar el espíritu de Carlo Magno.

En el ánimo de muchos, la razón había sustituido a la Revelación y 1,- tierra al cielo;

la cultura fue secularizada.

El renacentista se entendió a sí mismo más como hOlllbre terreno qUE como destinado

al cielo (voluntatis avidus, magisquam salutis). Pretendió, en fin, convertirse en

«rey, epílogo, armonía, fin » supremo y único del un ~verso.

38


19. El hombre renacentista

Los rasgos medievales de aquel Ignacio herido, que se mantuvieron durante una

temporada, se fueron mezclando con las actitudes renacentistas que adquirió el peregrIno.

Iñigo fue también hijo del siglo XVI.

Vuelto de Jerusalén y recuperado de la confusión que en su alma produjo el frustado

proyecto de permanecer en el sepulcro, de su voluntad brotó un claro deseo

renacentista: estudiar.

Lo llevó a cabo paciente y obstinadamente, en Barcelona, Alcalá, Salamanca, Parísimportante

confluencia renacentista que producirá el famoso método humanista

parisino- y no cej ará hasta graduarse de bachiller, licenciado y maestro.

Ignacio fue un hombre viajero. El medieval concentrado en su feudo fue desapareciendo

de la psicología ignaciana.

Peregrino, discurrió por España, Francia. Italia, Oriente y Chipre.

Deseará ardientemente, poco después, trasladarse a Etiopía.

El espíritu cosmopolita del Renacimiento, apresó el alma ignaciana y la llevó a conocer

Flandes e Inglaterra. El vasco Loyola se transformó en un espíritu universal;

conocedor de la revolución que estaba efectuándose en la cultura europea, se preparó

para ofrecer a ella, poco después, una respuesta original avanzada y revolucionaria.

La época de cambio que vivía el fundador le obligó a introducir en su obra elementos

no conocidos antes, como el cuarto voto, por el que ligó su oDra de manera esencial

al Papa.

Suprimió el coro medieval (pretendía que sus miembros, dispuestos a viajar cuantas

veces fuera necesario, no pertenecieran al monasterio sino al mundo) , evitó las penitencias

cOlvorales fijas, no aceptó la cura estable de almas, dejó a un lado el interés

por cargos de la jerarquía eclesiástica.

39


Al renacimiento europeo se le ofrecieron los vastos continentes africaoo y asiático,

remotamente conocidos en el medioevo y, por primera vez, el american,) recién descubierto.

Europa se volvió hacia ellos. Ignacio, penetrado de este espíritu, ya no cruzado sino

exploratorio, animó al intrépido Xavier ya muchos de sus discípulos a 1ue viajaran

miles de kilómetros.

Ignacio exigió que sus seguidores tuvieran, al ser admitidos, o la recibieran en seguida,

una sólida formación humanística, teológica y científica que estuviera a la altura

de las aspiraciones de la edad que estaba floreciendo.

Ella engendró a Maquiavelo. En términos por completo diferentes, con int2ncionalidad

y medios distintos, el Ignacio penetrado del espíritu renacentista fue un finísimo político.

Logró armonizar las voluntades de Pablo III y Juan III de Portugal.

Ganó para su causa a Papas y Cardenales. Obtuvo el apoyo de autoridé..des europeas

en su pugna con la Universidad y el Parlamento Francés.

Bautizó al Duque de Parma, admitió a Borja y lo liberó del capelo cardenallicio,

nombró a Rodríguez Provincial y lo removió del cargo a pesar de su mutuo amigo el

monarca portugués.

Admitió secretamente en la Compañía a la hija de Carlos V, Juana de ASturias.

Comprendió el significado del avance turco. Aquel soldado medieval, cuyo único

anhelo era ganar una honra que resultaría mezquina: había muerto.

Nos encontramos con un hombre centrado en el tráfago más intenso de los acontecimientos

europeos decimosextos, tratando de encauzarlos hacia los objetivos que se

ha fijado yen los que cree. Ha entrado así a forma:- parte de una historia que él

mismo está construyendo.

40


Cuarta parte

CONCLUSiÓN

Capítulo X

20. El hombre nuevo y transtemporal

La transformación llevada a cabo en Ignacio terminó al cumplirse la tercera fase del

ciclo dialéctico.

Iñigo, despojado de sus condicionamientos medievales y renacentistas, se convirtió,

por fin, en un hombre nuevo, creador y transformador del futuro, a través de la perpetuación

de su obra.

Lutero quiso reformar la Iglesia saliendo de ella. Rompiendo con el pasado, pretendió

crear el futuro.

Loyola, en cambio, promovió la reforma y adaptación de la Iglesia, estableciendo

más íntimamente su unión con los elementos esenciales de la misma. Revalorizando

la tradición de quince centurias, a partir de sus pilares per2nnes, se movió a edificar

el futuro.

Ignacio no es, sin embargo, el hombre nuevo únicamente porque -cuatro siglos

antes que otros- demostró un agudísimo conocimiento de la psicología y de la conducta

humana; no es tampoco hombre nuevo porque, cuatro siglos antes también de

la era transnacional, supo organizar sus milicias con métodos imitados hoy.

El que hubiera sido un aguerrido güelfo medieval, se compenetró de la esencialidad

del papado dentro de la Iglesia, a la que servía, y perpetuó sus acciones uniéndose

especialmente al corazón de la Institución Cristiana.

41


Respondiendo a las circunstancias de su tiempo, de esta adaptación, sin embargo no

esperó la perduración de su obra.

La época le pidió una Orden que detuviera la reforma luterana, que llevara el catolicismo

a los nuevos continentes, que ganara para su causa a los príncipes, que hiciera

baluartes de la religión a los seminarios, colegios y universidades.

Hombre que trascendió a su tiempo, no fundó, sin embargo, a la Compañía ni para

detener el protestantismo exclusivamente, ni sólo para misionar entre infieles, ni

únicamente para enseñar, reformar costumbres, o catolizar principados.

El resultado esencial de su obra fue haberla enraizado esencialmente a «nuestro

Santo Padre y Señor Papa Pablo III y a los otros romanos pontífices sus sucesores».

y así, dijo, «para ser más seguramente encaminados del Espíritu Santo, hemos juzgado

que en grande manera aprovechará que cualquiera de nosotros, y los que de

hoy en adelante hicieren la misma profesión, dEmás de los tres votos comunes, nos

obliguemos con este voto particular, que obedeceremos a todo lo que nuestro Santo

Padre que hoyes y los que por tiempo fueren Pontífices romanos nos mandaren ... ».

Del Espíritu esperó Ignacio que caminara la Compañía sin detenerse. Para ello ofreció

su Orden al Papa que hoyes; para que sus díscipulos tuvieran la confianza necesaria

en su presente y futuro, aquellos que lo fueren de hoy en adelante, un adelante

al que no se le avizora término, deberían unirse indisolublemente al Papa que hoyes

ya los que por tiempo fueren .

Esta unidad del presente con el futuro no parte de la capacidad intelectual que tuvieren

sus seguidores, ni del ascetismo que hubieren alcanzado, ni de la acción liberadora

que realizaren, ni de que, en leguaje paulino, descubrieran los secretos de las ciencias

o gozaran de la fe que mueve montañas, o estuvieran dispuestos a dejarse quemar

vivos.

Seguir el camino trazado por la modalidad ignaciana, exigirá sin duda mantener y

purificar más tales actitudes. Son necesarias, urgen, apremian.

42


La orden habrá de responder a tales estímulos. De los signos de los tiempos cambiantes,

los jesuitas habían de elaborar su diario quehacer adaptado a las exigencias

coyunturales que mostrara el discernimiento obligatoriio. Pero de ello y de acciones

similares no podría la Compañía esperar su supervivencia. Ella vendría de la fidelidad

íntima al papado. En cuanto la Compañía se mantuviera esencialmente unida

a «nuestro Santo Padre que hoyes y a los que por tiempo fueren », la Compañía se

prolongará en el quehacer humano, según la concepción ignaciana.


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