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El inventor de juegos

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LA MÉTRICA DE LOS SUEÑOS

D

espués de haberle mostrado la sección de los juegos mecánicos, el ingeniero

Gabler condujo a Iván hasta el otro lado de la enorme sala: la sección de los

juegos simples. Aquí no había mayores peligros: los ingenieros trabajaban con

lápices, gomas de borrar y tijeras. Hacían bocetos que luego —si el juego funcionaba

— eran enviados a los dibujantes.

El más viejo de los ingenieros estaba escribiendo a máquina, iluminado por una

lámpara de escritorio que proyectaba sobre el papel una luz amarillenta.

—Es el ingeniero Tagle, nuestro máximo especialista en reglamentos —le explicó

Gabler—. En un juego siempre hay situaciones insólitas; y Tagle se encarga de que

ninguna de ellas deje de ser contemplada. Morodian se ocupa de corregir los

reglamentos, porque, según él, Tagle tiene un sentido exagerado de la justicia. La

regla de Morodian es que los juegos continúen: si alguien empieza con un juego de

cartas, debe desear más cartas, y luego un tablero, y que ese tablero siga en otro…

—Para que los clientes compren más y la Compañía gane más…

—Esa es una crítica simplista que se le ha hecho a menudo a Morodian. Lo que

planea el Profundo es la conexión de todos los juegos en un único juego, total y

definitivo, que es la obra de su vida. Todos los juegos son partes del Juego.

Iván estaba a punto de preguntar sobre el juego que lo tenía como protagonista,

cuando el sonido de una campana lo distrajo. Era un escriba que acababa de entrar y

que parecía a punto de dormirse. Llevaba una campana en la mano derecha y una

hoja escrita en la izquierda. Era mucho más joven que Razum. Había estado

trabajando en la habitación de los sueños de Morodian y pasaba por la sala a mostrar

sus resultados.

—Tiene la lapicera encendida, Quinterión —le dijo el ingeniero Gabler. El

escriba apagó la pluma luminosa que llevaba atada con una cinta a su cuello. Después

cerró los ojos.

Gabler le sacó la hoja que llevaba en la mano y la leyó velozmente. Quinterión no

se movió, porque se había quedado dormido. Gabler agitó la mano izquierda del

escriba para que sonara la campana, y así logró que el otro abriera los ojos.

—A la cama, Quinterión —ordenó Gabler. El escriba, obediente, abandonó la

sala.

El ingeniero Gabler leyó la hoja y se la pasó a Iván.

—Quinterión es un buen escriba, pero no se acostumbra al horario nocturno. Aquí

nos ha traído las últimas noticias del sueño de Morodian.

Iván leyó:

ebookelo.com - Página 97

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