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El inventor de juegos

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el sótano de un castillo.

Junto a la cama había un hombre vestido de negro con un cuaderno en las rodillas

y un artefacto que era a la vez lapicera y linterna. Esperaba el momento de empezar a

tomar nota.

El falso Iván susurró:

—Uno de los trabajos más difíciles de la Compañía de los Juegos Profundos es el

de anotar los sueños de Morodian. Hay un departamento especial que se ocupa del

asunto, y están mejor pagos que los dibujantes, y aun que los ingenieros de juegos.

Los llamamos los escribas del sueño. Son tres: duermen de día, y de noche se van

turnando para cumplir con esta tarea. Morodian nunca duerme si no hay alguien que

tome nota de sus sueños.

—Pero no dice nada. Duerme profundamente.

—Hacia las dos de la mañana empieza a hablar. A veces forma frases con sentido,

otras veces palabras sueltas, o habla en lenguas extrañas. El trabajo de escriba del

sueño es muy complicado y exige una gran sensibilidad, porque no basta con tomar

nota. Si los sueños tardan en aparecer, o si se repiten sueños ya soñados, el escriba

debe estimular a Morodian. Hace sonar una campana de cristal, o pasa la grabación

del ruido de un tren, o aplasta una rosa frente a su nariz.

El escriba miró a los recién llegados con reprobación.

—Ya nos vamos —dijo el falso Iván. Y dirigiéndose a Dragó, explicó—: Son

muy celosos de su trabajo. No quieren que nadie esté presente. Cada uno tiene su

propia técnica y sus secretos para hacer soñar a Morodian, y no quieren que los otros

se los copien. El que está ahora se llama Razum, y es muy malhumorado, aunque

tiene fama de ser el más riguroso. Quinterión, el más joven, es un poco atropellado, y

más de una vez estuvo a punto de despertar a Morodian. ¡Imaginate lo que eso

significa, despertar al Profundo en mitad de un sueño! Tardó en aprender que los

estímulos deben ser sutiles, y que las trompetas, los desplazamientos de la cama y las

jaulas con fieras estaban fuera de lugar.

Morodian se movió bruscamente y dijo alguna palabra incomprensible. El falso

Iván bajó la voz.

—El mejor era Arsenio. Conocía el secreto para arrancar de Morodian

exactamente lo que quería. Si Morodian deseaba hacer un juego que representara la

vida subterránea, sabía cómo sugerir túneles y sótanos. Las pesadillas le obedecían.

Tenía tanto poder sobre Morodian que finalmente cayó en desgracia.

—Silencio —dijo el escriba Razum, de mal modo.

Morodian había empezado a hablar. Iván no llegó a entender lo que decía.

Hablaba con una voz gutural, profunda, como si alguien o algo hablara desde su

interior. Pero era evidente que Razum había entendido todo, porque su lapicera

luminosa ya volaba sobre el papel.

—Antes de irnos tenemos que encontrar el libro —dijo el falso Iván. Y se

repartieron la tarea de buscar por el cuarto.

ebookelo.com - Página 90

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