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El inventor de juegos

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que uno entra en el juego…

Desplegó con cuidado las páginas siguientes. En una surgieron dos torres; en otra

se multiplicaron las murallas. En la quinta o sexta página, el castillo ya había

invadido la mesa. Cuando el falso Iván abrió el puente levadizo, por allí avanzaron

unos caballeros de papel plateado con las lanzas en ristre. Las tapas del libro se

habían perdido de vista, devoradas por la construcción que se desplegaba.

—¿Todos son así?

—Todos son distintos.

Desde el cuarto peldaño de la escalera, Iván tomó un volumen azul. En la tapa se

veía el dibujo de una nube y unos caracteres chinos. Al abrirlo, un chorro de agua

cayó desde sus páginas y le mojó las zapatillas.

—Tenía entendido que había una nube dentro de ese libro —dijo el falso Iván—.

Bueno, se ha largado a llover.

Iván lo dejó en su sitio.

—No te desanimes. Hay tantos libros…

Alcanzó uno titulado El arte del rompecabezas. «Al menos», pensó, «está escrito

en español». Cuando intentó abrirlo, el libro se deshizo en una multitud de piezas

para encastrar. Eran tan pequeñas que reconstruirlo podría llevarle todo el resto de la

noche.

—¿No hay algún libro que se pueda leer?

—Cerca de tu mano. Ahí. El escarabajo verde. ¿Te interesa el mundo de los

insectos?

En la tapa se veía el lomo de un escarabajo verde con lunares negros. Temió que

fuera un libro para niños.

El libro era pesado y cuando lo quiso bajar algo se movió en su interior con

brusquedad. Iván, asustado, lo soltó. El libro cayó al suelo con un ruido metálico.

—¿Lo rompí? —preguntó Iván.

Pero el libro no parecía roto en absoluto. Entre sus páginas se activó algún

mecanismo. La portada del libro tembló y tres patas negras aparecieron de cada lado

y luego asomó una cabeza de insecto con dos antenas de metal. El libro, ya

convertido en escarabajo, cruzó la sala y escapó por la puerta entreabierta.

El falso Iván señaló el cartel:

—Ahí dice con toda claridad que no hay que sacar los libros de la sala.

—Pero yo no lo saqué… Se escapó.

—Quien toca un libro es responsable de él hasta que el libro vuelve a su lugar en

la biblioteca. No importa adonde vaya o en qué se transforme. Si no, como dice el

cartel, conocerás la ira del Profundo.

—¿El Profundo?

—Morodian, el Señor Profundo. Ese es el título que se ha dado a sí mismo.

Iván se acercó a la puerta abierta, pero el escarabajo no se veía en ninguna parte.

Quizás hubiese desaparecido en el fondo del pasillo.

ebookelo.com - Página 87

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