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—Duerme. En sus sueños descubre nuevos juegos. Hay secretarios encargados de
anotar todo lo que dice, para que nada se pierda. Los llamamos los escribas del sueño.
Él dicta cosas terribles. Después trabajamos con todo eso. Él quiere que todos tengan
sus mismas pesadillas.
Iván se quedó pensando un segundo.
—Mañana trataré de encontrar a Morodian, pero mientras tanto necesito un lugar
donde descansar. ¿Cree que puedo hablar con alguien?
—No hace falta que pida nada ni que hable con nadie. Encontrará su cama, su
habitación. Esta es su casa, señor Dragó.
Antes de irse, Iván fue hasta la mesa donde estaba el bulto que goteaba. Lo que
caía no era solo agua: ahora empezaba a tener un color rojizo. Levantó una punta de
la lona lentamente, mientras lo golpeaba un olor nauseabundo.
Sobre la bandeja de metal había un monstruo armado con pedazos de animales:
alas de gaviota, cabeza de lagarto, escamas de pez, cresta y pezuñas de un gallo…
Las partes estaban cosidas con un hilo grueso. Estaba rodeado de barras de hielo.
—Mi dibujo es bueno, pero el modelo es mejor. ¿No parece vivo, no parece que
está a punto de lanzar una llamarada o de volar?
Como si respondiera a las palabras del dibujante, un ala gris rozó la mano de
Iván. Sobresaltado, dejó la sala.
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