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El inventor de juegos

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—Cuando entré en la editorial yo odiaba a los villanos. Sabía que eran personajes

imaginarios, pero igual los odiaba. Trataba de que el lector se diera cuenta de su

maldad con solo mirar sus ojos. Pero con el tiempo aprendí a entenderlos. Tenían sus

ideas y sus planes. Con los años el pobre Víctor Jade me fue pareciendo más tonto.

—Pero era el héroe…

El dibujante no lo oyó.

—Se peleaba con gigantes, asesinos hindúes, robots, ¿a cambio de qué? A cambio

de nada… Yo no era el único que se había desinteresado de las aventuras de Víctor

Jade: a ningún lector le importaba si ganaba o perdía. La revista dejó de venderse.

Los kioscos, que antes pedían más y más ejemplares, ahora devolvían los envíos sin

abrir. Fue entonces que me invitaron a venir aquí.

Sacó algunos naipes de su bolsillo y los arrojó hacia Iván, que atrapó algunos en

el aire. Parecían esmaltados.

—He dibujado cientos de cartas. El juego no se termina nunca. Algunas tienen

poderes secretos, escritos con letras pequeñísimas en las escamas de los dragones o

en los escudos de los guerreros. Hay que mirarlas con lupa. En cada carta hay un

mundo. Así son las cosas en la tierra de Morodian.

El dibujante volvió a concentrarse en su dibujo.

—Dibuja con tanta precisión como si hubiera visto dragones de verdad.

—Nunca en mi vida salí de la ciudad, y lo más parecido a un dragón que vi

fueron las iguanas y los cocodrilos del zoológico. Pero aquí, en la sala de dibujantes,

trabajamos con modelos. Para esta etapa no necesito ningún modelo, pero sí al

principio, cuando boceto la forma. Eso es lo fundamental y lo más difícil: la primera

imagen. El resto es paciencia.

—¿Y dónde está su modelo?

El dibujante señaló una pequeña mesa que estaba contra un rincón. Sobre la mesa,

en una gran bandeja de metal, había un bulto cubierto con una lona agujereada. El

bulto goteaba continuamente sobre el piso embaldosado de la sala.

Antes de seguir con sus preguntas, Iván consideró que era bueno presentarse.

—Soy Iván Dragó.

Iván tendió su mano, pero el otro no levantó la cabeza.

—Sé quién es. Ya lo he dibujado.

—¿A mí?

—Usted es protagonista del juego estrella. El juego más grande que haya

diseñado Morodian.

—¿Dónde está ese juego? ¿Puedo verlo?

—No está terminado. Continúa. Usted sigue y el juego sigue también. No es hora

de sacarlo a la venta todavía.

—¿Dónde puedo encontrar a Morodian?

—Morodian está ocupado.

—¿Trabaja a esta hora?

ebookelo.com - Página 83

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