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LA SALA DE DIBUJO
I
ván siguió y siguió y siguió. El piso estaba sucio: bollos de papel, piezas de
ajedrez, botellas vacías. Pero a medida que avanzaba, esos desperdicios se
convertían en virutas de lápiz de todos los colores. Y cuanto más avanzaba, más
virutas había. Les habían sacado punta a miles de lápices, y aquel aserrín crujía bajo
sus pies como las hojas de un bosque.
El pasillo había atravesado vastas zonas de silencio; sectores deshabitados donde
una humedad salitrosa brotaba de las paredes. Pero ahora Iván sentía la proximidad
de los hombres: no había voces todavía, pero se dejaba oír el roce del lápiz contra el
papel y de vez en cuando el trabajo del sacapuntas. Abrió una puerta y encontró una
sala de dibujo.
Sentado en un banco, un dibujante trabajaba. Había otras mesas, pero no se veía a
nadie más. De la barba blanca del dibujante colgaban puntas quebradas de lápices de
colores. Trabajaba sobre las escamas de un dragón cuyo espinazo se curvaba en una
ese interminable. Era muy parecido a las ilustraciones que Krebs había intentado
pasar como propias en el concurso de Zyl. Krebs jamás hubiera conseguido bocetar ni
una sola de esas escamas. Pero Iván sabía que no menos lejos estaba él: tampoco sus
juegos alcanzarían una perfección semejante.
—Se trabaja bien aquí de noche —dijo el dibujante, como si continuara una
conversación interrumpida—. Nadie me molesta. Puedo dedicar tanto tiempo como
quiera a cada detalle.
—¿Hace mucho que trabaja aquí?
—Hace algún tiempo. Antes trabajaba en una editorial que era muy exitosa.
Dibujaba una historieta que se llamaba Las aventuras de Víctor Jade. Usted
seguramente no se acordará…
—Me acuerdo… —dijo Iván, pero el otro no lo escuchó. Estaba acostumbrado a
hablar solo.
—Víctor Jade era una especie de detective que se enfrentaba a los villanos: el
doctor Equis, el Rey de las Serpientes, el Hombre del Periódico.
—Nunca oí hablar del Hombre del Periódico.
El dibujante levantó la cabeza.
—Apareció en muy pocos episodios. Era un gángster al que sus enemigos
asesinaban y dejaban en la calle, envuelto en diarios viejos. Pero gracias a la ayuda de
una pócima de origen egipcio resucitaba y se vengaba de sus asesinos. Yo lo dibujaba
como una especie de momia envuelta en diarios viejos. Dejaba a su paso pedacitos de
papel de diario.
La punta del lápiz se quebró contra el cartón. El dibujante buscó el sacapuntas
dentro de una caja de madera.
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