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El inventor de juegos

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—Busque bien. Enviaron ese ómnibus que está allí afuera. Lo mandó el señor

Morodian en persona.

Iván no estaba muy seguro de que eso fuera cierto.

El guardia miró el micro con escepticismo.

—Usted debe ser una persona muy importante. Veo que le han enviado un

vehículo de lujo.

—A lo mejor era el único que tenían…

El hombre bostezó. Lo hizo ceremoniosamente. No era una señal de aburrimiento

o cansancio. Era una opinión sobre lo que pensaba de la imprevista llegada de Iván.

—Hay dos maneras de que lo deje entrar a la compañía. Una es que su nombre

esté en la lista. Ya vimos que no está. La otra es la prueba del papel.

—¿La prueba del papel?

—No se asuste, es una especie de acertijo. Hasta ahora nadie acertó. ¿Quiere

probar suerte?

Iván no era muy bueno con los acertijos. No tenía esa clase de ingenio. Carecía de

toda sensibilidad para los juegos de palabras. Pero ¿qué podía perder?

El guardia sacó de un cajón de su escritorio una hoja en blanco. Estaba manchada

de polvo y telarañas.

—¿Qué es esto? —preguntó.

—Una hoja —respondió Iván—. ¿Qué otra cosa podría ser?

—Entonces perdió. Lo lamento…

Iván descubrió en un ángulo la huella de un dedo pequeño. Recordó los tiempos,

ya lejanos, en que se había empeñado en ganar el concurso. Esa hoja pertenecía al

juego que había enviado al Trasatlántico Napoleón. La mancha en la esquina era la

huella de su pulgar derecho.

—Es un juego —respondió.

El guardián consultó en sus papeles: instrucciones que le habían dejado en una

carpeta de cartón, cuyo frente mostraba varias quemaduras de cigarrillos.

—Aquí está la solución. Veamos. Un juego, esa es exactamente la respuesta. —El

guardia se sorprendió—. No entiendo la lógica de esto, pero estoy obligado a dejarlo

pasar.

Iván pasó del otro lado del escritorio. Por allí se extendía un largo pasillo de

paredes grises. Era evidente que no habían barrido esa zona del edificio en mucho

tiempo. Entre la basura había dados, piezas de colores semejantes a las de la ruleta,

naipes arrugados y rotos.

—¿Hacia dónde tengo que ir?

—Es muy sencillo. Siga por este pasillo. Siga y siga. Y luego siga y…

Iván se puso en marcha.

A sus espaldas, la voz del otro continuaba:

—Y siga y siga y siga y siga y siga…

La voz del guardia se apagaba a medida que Iván se internaba en el edificio.

ebookelo.com - Página 81

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