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El inventor de juegos

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esmalte se había saltado. Las pupilas eran pequeñas lamparitas sin vida. Frente a él

había una bola de cristal donde se posaban las manos de yeso.

—Antes estaba cubierto de telarañas, tenía la túnica desgarrada y le faltaban los

botones. Papá estuvo buscando hasta encontrar unos botones dorados parecidos a los

originales.

Iván quiso decir algo a favor del autómata, a favor del padre de Ríos, a favor de la

fe que los habitantes de Zyl ponían en aquel muñeco. Pero aun con su túnica zurcida,

con sus nuevos botones y con su mecanismo supuestamente reparado, el adivino

parecía la criatura más triste del mundo.

—¿Y qué le preguntaban los chicos que venían hasta acá? —quiso saber Iván.

—Hacían una larga fila durante mucho tiempo. Esperaban ese momento con tanta

ansiedad, que cuando se veían frente al Cerebro mágico, no se atrevían a preguntar

nada.

—¿Y cómo me responderá? —Iván imaginaba que si aquella figura de cera

realmente decía algo, ellos echarían a correr por la calle.

—Contesta a través de la bola de cristal. Si la enciende una vez es «sí». Dos veces

es «no». Cuando lo conecte, vas a ver que sus ojos se iluminan, y las manos

comienzan a moverse.

Los ojos del Cerebro mágico parecían tan apagados como si no hubiera energía en

el mundo capaz de arrancarles una chispa.

Detrás de un biombo estaban los controles del muñeco. Había tres llaves

eléctricas. Con la primera, se encendieron los ojos, que brillaron con una luz roja; con

la segunda comenzaron a moverse los brazos (el derecho con alguna dificultad). Con

la tercera, la bola de cristal se encendió una vez.

—¡Funciona! —dijo Lagos—. Es un milagro.

—No, es mi padre que lo arregló.

—Eso quería decir: es un milagro que tu padre haya arreglado algo. Pasaron ya

unos segundos y todavía no saltó la instalación eléctrica.

Lagos y Ríos miraron a Iván.

—Llegó el momento de tu pregunta.

Iván pensó durante un minuto.

—¿Estuvo Morodian detrás de las cosas que me pasaron?

La bola de cristal se encendió con una luz blanca, intensa, que le dio algo de vida

a la cara del Cerebro mágico.

Los tres se quedaron en un respetuoso silencio.

—¿Pruebo con otra?

—Probá. No hay nada que perder —dijo Ríos.

—¿Morodian está jugando conmigo?

La luz volvió a encenderse y a Iván le pareció que el autómata inclinaba la cabeza

hacia adelante, en señal de asentimiento.

—¿Debo partir en busca de Morodian?

ebookelo.com - Página 74

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