El inventor de juegos
interior. El fundador de Zyl acostumbraba usar sombreros con cinta amarilla, porqueese color le permitía encontrarlos más fácilmente cuando recorría los campospracticando el juego. A pesar de la cinta amarilla perdió muchos sombreros, y cadatanto, en los años siguientes a su muerte, algún habitante de Zyl encontraba alguna deestas piezas históricas en lo alto de una rama o entre los pastos, y la llevaba al museode Zyl.Krebs se había negado a bajar de la tarima: se quedaría allí hasta recibir elpremio. Pero Reinaldo Zenia, en un movimiento veloz, arrojó el sombrero del triunfohacia la cabeza de Iván. Dragó no esperaba el tiro, y no movió la cabeza, pero elsombrero, después de dar varios giros, se encajó a la perfección. Todos aplaudieron,menos Krebs. La perinola seguía girando.—Y ahora, el premio.El director buscó en sus bolsillos de su saco, como un novio nervioso que noencuentra el anillo. Al final, en el fondo de un bolsillo roto apareció lo que buscaba:una llave.Iván pensó que era algo simbólico, algo así como la llave de la ciudad. El directoranunció:—Es la llave del Cerebro mágico.Y todos abandonaron el patio, olvidando allí la perinola, que siguió girando ygirando, no sabemos hasta cuándo.ebookelo.com - Página 72
TEL CEREBRO MÁGICOodos se acercaron a felicitar a Iván. También Krebs.Le habló casi en un susurro, para que nadie más que él lo oyera.—Una vez, hace muchos años, el más grande inventor de juegos perdió elconcurso. Y eso significó la decadencia de Zyl. Hoy tenían la oportunidad de repararel error. Y volvieron a equivocarse. Esta ciudad está condenada.Iván tomó a Krebs del brazo, oprimiendo ligeramente su malogrado tatuaje.—Perdiste en el colegio Possum y volviste a perder ahora. Nunca inventaste nada.—Inventé la destrucción de tu juego. Eso salió de mi propia iniciativa.—Y hasta eso te salió mal.—No es a mí a quien las cosas le salieron mal. Si hubieras perdido, habríasterminado por rechazar a Zyl y hubieras encontrado otro destino: la Compañía de losJuegos Profundos. ¡No estas ruinas, estos galpones, estas fábricas habitadas por ratas,estas rayuelas casi borradas!Krebs se despidió con un empujón. Iván cayó al suelo, y el viento arrastró elsombrero del triunfo.Unos minutos más tarde, Iván se reunió con Ríos y Lagos en la plaza del caballonegro.—¿A ver la llave? —preguntó Ríos.Se puso el parche en el ojo derecho y se quedó mirándola un rato.—Mi padre trabajó duro para arreglar el Cerebro mágico. Pero no sabe si lo logró.Hay tantos cables y mecanismos, y todos están estropeados…—Pero ¿responde?—Él dice que lo más difícil de todo es que las preguntas funcionen. ¿Cuál es latuya?Iván todavía no se había decidido, aunque el nombre de Morodian rondaba sucabeza.—¿Puedo hacer más de una pregunta?—Eso todavía no lo sabemos —contestó Ríos. Y se pusieron en marcha hacia elgalpón donde dormía el Cerebro mágico.En un cartel se veía la cara del adivino, con sus ojos inmensos, su bigote atusadoen grandes espirales y su turbante azul. Iván puso la llave en la cerradura y abrió lapuerta. Entrar al galpón era entrar al pasado.Todo estaba oscuro. Ríos, que conocía mejor el lugar, corrió unas pesadas cortinasque alguna vez habían sido amarillas, y la luz entró con timidez.Una montaña de cajas de cartón repetía en colores chillones la cara del adivino.En el fondo, sentado frente a una mesa de madera, estaba el Cerebro mágico. Lacabeza era demasiado grande para los hombros angostos. En la punta de la nariz elebookelo.com - Página 73
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interior. El fundador de Zyl acostumbraba usar sombreros con cinta amarilla, porque
ese color le permitía encontrarlos más fácilmente cuando recorría los campos
practicando el juego. A pesar de la cinta amarilla perdió muchos sombreros, y cada
tanto, en los años siguientes a su muerte, algún habitante de Zyl encontraba alguna de
estas piezas históricas en lo alto de una rama o entre los pastos, y la llevaba al museo
de Zyl.
Krebs se había negado a bajar de la tarima: se quedaría allí hasta recibir el
premio. Pero Reinaldo Zenia, en un movimiento veloz, arrojó el sombrero del triunfo
hacia la cabeza de Iván. Dragó no esperaba el tiro, y no movió la cabeza, pero el
sombrero, después de dar varios giros, se encajó a la perfección. Todos aplaudieron,
menos Krebs. La perinola seguía girando.
—Y ahora, el premio.
El director buscó en sus bolsillos de su saco, como un novio nervioso que no
encuentra el anillo. Al final, en el fondo de un bolsillo roto apareció lo que buscaba:
una llave.
Iván pensó que era algo simbólico, algo así como la llave de la ciudad. El director
anunció:
—Es la llave del Cerebro mágico.
Y todos abandonaron el patio, olvidando allí la perinola, que siguió girando y
girando, no sabemos hasta cuándo.
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