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El inventor de juegos

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—¿Cuál es el propósito del juego?

—El juego no tiene propósito —respondió el enigmático Yamamoto—. Sólo

transcurre.

Subieron a escena treinta juegos más, y cada uno tuvo su explicación y su

demostración. El más económico fue un juego que se armaba con esas cartas perdidas

que aparecen en el fondo de los cajones, quince de un mazo, treinta de otro y siete de

otro más. El más complicado, un juego preparado por el grupo de boy-scouts de Zyl,

que implicaba globos llenos de gas, cañitas voladoras que debían impactar en los

globos y palomas mensajeras. Las cosas no salieron como estaba previsto. Una

paloma fue accidentalmente alcanzada por una cañita, y cayó en picada sobre el

público, como un mensaje de mal agüero.

A la una y media el concurso se interrumpió, para que los jurados, los

participantes y los espectadores pudieran comer algo. En un rincón del patio se

vendían empanadas y gaseosas. Al cabo de una hora el director del colegio invitó con

insistencia a los jurados a regresar a la tarima, y a los espectadores a sus asientos.

Una vez reanudado el certamen, algunos jurados empezaron a cabecear. En una

de estas cabeceadas, Lenghi, de la Asociación de Inventores, se cayó de la tarima.

Ofendido por alguna carcajada, abandonó su puesto y se marchó.

Entre los que se aburrían, estaba Ríos, a quien nada le importaban los juegos. Se

puso el parche en su ojo derecho para enfocar mejor con el izquierdo y buscó a su

amigo Iván. No estaba en la fila que formaban los competidores. Tampoco entre el

público.

—Vamos a buscarlo —le dijo Ríos a Lagos.

—Debe querer estar solo. Mejor lo dejamos tranquilo —opinó Lagos. Pero Ríos

lo arrastró fuera del colegio.

Apenas salieron del edificio vieron a Iván, que avanzaba hacia ellos por las calles

polvorientas. Los acuáticos esperaban que se le hubiera ocurrido algo a último

momento. Pero Iván caminaba sin apuro y con las manos vacías.

ebookelo.com - Página 69

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