El inventor de juegos

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pasión por inventar—. Después va a volver…En el colegio, Iván permanecía ligeramente absorto, resolviendo mentalmente losproblemas que le planteaba el juego.—Mañana vamos a ir todos a pescar a la laguna —le dijo Ríos—. ¿Venís?—No. Me falta un mecanismo que no puedo resolver.—Yo sí voy —dijo de pronto Krebs, asomándose a la conversación desde lo alto.—¿No estás ocupado en tu juego? —le preguntó Ríos—. Faltan pocos días para elconcurso.Krebs había aprendido a hablar en forma pausada, para dar a sus palabras un airede sabiduría:—Hay un tiempo para trabajar y otro para estar con los amigos.Y al día siguiente, mientras Iván terminaba de armar La casa encantada, Lagos,Ríos y Krebs, junto a varios alumnos más del colegio de Zyl, esperaban la llegada delos peces. Se habían apoderado del muelle y desde allí lanzaban sus lombrices a lastranquilas aguas de la laguna.—Hace muy mal Dragó en descuidar a los amigos dijo Krebs, como si pensara envoz alta.Un coro de aprobación secundó sus palabras.—Lo imagino trabajando día y noche en su cuarto…Una voz lo corrigió.—En realidad no trabaja en su cuarto, sino en el taller del viejo Reyes…—¡Lagos! Se suponía que era un secreto —intervino Ríos.—Sin gritar —dijo Krebs—. Los ruidos espantan a los peces. Además seguirásiendo un secreto, ya que a nadie se lo voy a contar.Y dio un fuerte tirón a su caña, pero cuando recogió la línea el anzuelo estabavacío. El pez se había comido la lombriz y había escapado.—Me parece que vamos a volver con las manos vacías —dijo Ríos, para quien lapesca era la más aburrida de las actividades humanas, después de la invención dejuegos.—No tan vacías —susurró Krebs.El día anterior a la competencia, Ríos encontró en la calle a Krebs, quien trató deocultar una gran caja que había recibido por correo. Al ver que el otro trataba dedesaparecer, lo detuvo.—¿Qué hay en esa caja?—Esas cosas que envían las madres cuando uno está lejos. Latas de comida ylibros que a nadie le interesan.—¿Puedo mirar?Krebs puso la caja contra su espalda.—Ahora no. Tengo que trabajar.ebookelo.com - Página 64

—Iván tenía razón. Ahí está el juego que te permitirá ganar. Enviado por laCompañía de los Juegos Profundos. Morodian decidió volver a participar en elconcurso, después de tanto tiempo.—No te preocupes por defender a Dragó. El no pertenece a Zyl. Aunque todavíano lo sabe, siempre le perteneció a Morodian. Por eso está marcado. Por esoMorodian está armando un juego que lo tiene a él como protagonista.Krebs extendió delante de Ríos un folleto. El otro leyó:Si creen que conocen todos los juegos.Y si creen que la vida no es un juego…Es porque todavía no han descubierto el nuevoproducto de la Compañía de los Juegos Profundos:La vida de Iván Dragó(basado en hechos reales).No les creas a los mayores: la vida sí es juego.(Un Juego Profundo).Tiremos los dados otra vez.Ríos hubiera querido retener el folleto para mostrárselo a Iván, pero Krebs se loarrancó de las manos y se marchó.Apurado, Ríos caminó hasta el taller de Reyes, para avisarle a Iván sobre el nuevojuego de la Compañía. La luz entraba por una claraboya y mostraba el polvo queflotaba con la precisión de un microscopio. En el fondo, sentado en el piso decemento, con la espalda contra la pared, Iván miraba el desastre. El tablero de sujuego había sido convertido en astillas. De los mecanismos de La casa encantada —laarmadura que levantaba el brazo derecho, la brújula que enloquecía, el fantasma en elropero— solo quedaban restos. Los resortes y engranajes se habían dispersado por elsuelo.—Entraron de noche. Seguramente me siguieron para ver dónde trabajaba —dijoIván con voz clara.Ríos pensó: «No necesitaban seguirte». Pero no dijo nada.—¿No se puede reconstruir algo? —preguntó Ríos, aunque sabía que era unapregunta tonta.—El concurso es mañana. No hay tiempo para arreglar ni siquiera uno de losmecanismos.Juntó los pedazos en silencio. Ríos lo ayudó. Debajo de un armario encontró unaperinola de colores, fabricada por él. Lo único que había escapado íntegro a laebookelo.com - Página 65

pasión por inventar—. Después va a volver…

En el colegio, Iván permanecía ligeramente absorto, resolviendo mentalmente los

problemas que le planteaba el juego.

—Mañana vamos a ir todos a pescar a la laguna —le dijo Ríos—. ¿Venís?

—No. Me falta un mecanismo que no puedo resolver.

—Yo sí voy —dijo de pronto Krebs, asomándose a la conversación desde lo alto.

—¿No estás ocupado en tu juego? —le preguntó Ríos—. Faltan pocos días para el

concurso.

Krebs había aprendido a hablar en forma pausada, para dar a sus palabras un aire

de sabiduría:

—Hay un tiempo para trabajar y otro para estar con los amigos.

Y al día siguiente, mientras Iván terminaba de armar La casa encantada, Lagos,

Ríos y Krebs, junto a varios alumnos más del colegio de Zyl, esperaban la llegada de

los peces. Se habían apoderado del muelle y desde allí lanzaban sus lombrices a las

tranquilas aguas de la laguna.

—Hace muy mal Dragó en descuidar a los amigos dijo Krebs, como si pensara en

voz alta.

Un coro de aprobación secundó sus palabras.

—Lo imagino trabajando día y noche en su cuarto…

Una voz lo corrigió.

—En realidad no trabaja en su cuarto, sino en el taller del viejo Reyes…

—¡Lagos! Se suponía que era un secreto —intervino Ríos.

—Sin gritar —dijo Krebs—. Los ruidos espantan a los peces. Además seguirá

siendo un secreto, ya que a nadie se lo voy a contar.

Y dio un fuerte tirón a su caña, pero cuando recogió la línea el anzuelo estaba

vacío. El pez se había comido la lombriz y había escapado.

—Me parece que vamos a volver con las manos vacías —dijo Ríos, para quien la

pesca era la más aburrida de las actividades humanas, después de la invención de

juegos.

—No tan vacías —susurró Krebs.

El día anterior a la competencia, Ríos encontró en la calle a Krebs, quien trató de

ocultar una gran caja que había recibido por correo. Al ver que el otro trataba de

desaparecer, lo detuvo.

—¿Qué hay en esa caja?

—Esas cosas que envían las madres cuando uno está lejos. Latas de comida y

libros que a nadie le interesan.

—¿Puedo mirar?

Krebs puso la caja contra su espalda.

—Ahora no. Tengo que trabajar.

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