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El inventor de juegos

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EL SECRETO DE KREBS

C

uando llegó a su casa Nicolás le preguntó, como siempre, cómo le había ido.

Iván estaba de tan mal humor que empezó a contarle, desganado, una de las

anécdotas que vendía Ríos. Pero al fin pudo decir qué era lo que realmente lo

molestaba: la llegada de Krebs.

Su abuelo no parecía tan sorprendido como él.

—¿Qué tiene de raro que tu amigo Krebs haya ganado una beca?

—Krebs no es mi amigo. Y nadie le daría una beca de ninguna clase. Hay una

trampa en todo esto.

—Pero si el director dijo que tiene extraordinarias aptitudes, significa que quizá

cambió.

—Extraordinarias aptitudes para la estupidez. Krebs no vino por ninguna beca.

Vino para vengarse.

En los días siguientes, Iván esperó que Krebs lo agrediera de algún modo, pero

nada ocurrió. Lo trataba con indiferencia, como si apenas conservara de él un ligero

recuerdo. Krebs mantenía la misma ignorancia que había mostrado en el colegio

Possum, pero esta vez su conducta no causaba ninguna inquietud entre los profesores.

En disciplina, era un alumno modelo.

Para tranquilizar a Iván, los acuáticos le propusieron vigilar los pasos de Krebs.

Se turnaron para seguirlo. Ríos se levantaba el parche para espiarlo mejor. A los tres

días le pasaron su primer informe: Krebs vivía como alumno pupilo en el colegio, no

se veía con nadie, e iba al correo día por medio.

—Tal vez le escribe a su familia —dijo Lagos.

—No creo que haya escrito una carta en su vida.

—Déjalo en nuestras manos. Vamos a descubrir adonde envía su correspondencia

—dijo Ríos.

La oficina de correos estaba frente a la estación de tren. La atendía Campos, un

viejo cartero retirado, uno de los más antiguos habitantes de Zyl. Cada vez que

alguien entraba a la oficina para comprar una estampilla, el ex cartero le contaba

anécdotas de los tiempos de Aab: los juegos del fundador para que nadie recibiera la

carta que le estaba destinada (solo muchos años después se pudo normalizar la

correspondencia), el ataque de las langostas gigantes, el derrumbe del castillo de

naipes de cien pisos… Como ir al correo significaba hablar una hora con Campos, los

habitantes de Zyl habían abandonado por completo la correspondencia.

Ríos les había dicho a sus padres que iba al correo, así que aprovecharon su

sacrificio para llenarlo de cartas escritas muchos años atrás y nunca enviadas. Llenó

su mochila de correspondencia y caminó hasta la estación. Faltaban unos minutos

para las cuatro, la hora en que solía aparecer Krebs.

ebookelo.com - Página 60

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