El inventor de juegos

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rompecabezas de Zyl está la respuesta: y eso es todo lo que voy a decir.Cuando se reunió con los acuáticos, Iván les contó la conversación que habíatenido con su abuelo.—¿Creen que el juego de Morodian está escondido en el museo? —preguntóIván.—Tu abuelo nunca dijo eso. Solo que miraras el rompecabezas —le respondióRíos.Y hacia allí fueron. Frente al rompecabezas, los tres amigos se quedaron ensilencio. Ríos se había puesto su parche para concentrarse mejor en los diminutosnombres de las calles.—¿De nuevo por aquí? —preguntó Zelmar—. ¿Y qué quieren ahora?—La pieza que robó Morodian, ¿a qué correspondía?—Es una esquina de la ciudad. El cruce entre la avenida del Azar y la calle delRey. Justo enfrente había un descampado, y en el otoño venía un circo que se llamabaCirco Real Kronos. La estrella era una trapecista de malla verde que parecía unpájaro. Yo iba al circo sólo para verla a ella…Zelmar se había quedado mirando el hueco. En el mapa, que mostraba tantascosas, no había ninguna huella del circo ni de la trapecista de malla verde.—¿Pero qué había exactamente allí? ¿Por qué Morodian sacó esa pieza y nocualquier otra? ¿Qué es este dibujo que tengo en la mano? —Iván hizo las trespreguntas casi al mismo tiempo.Pero Zelmar entendió. Ya se había dado por vencido.—Allí vivía Morodian.ebookelo.com - Página 52

UNA TÍPICA CASA ABANDONADAEntre la maleza había una fuente de piedra cuyo surtidor tenía la imagen de unmonstruo marino, cubierto de escamas y aletas afiladas. Como barcas fúnebres,flotaban escarabajos en el agua estancada.—¿Seguro que no vive nadie en la casa? —preguntó Lagos.—Mirá esas ventanas. ¿Quién podría vivir? —pero a Ríos tampoco le convencíamucho entrar en la vieja casa.Todas las ventanas estaban tapiadas, pero las lluvias habían podrido las maderas.Arrancaron los listones con facilidad. Iván trepó a la ventana y saltó al interior de lacasa. Ríos lo siguió.—Yo hago de campana —dijo Lagos.Iván y Ríos tenían linternas de bolsillo, pero habían olvidado ponerles pilasnuevas. Era una luz tímida frente a una oscuridad con años de experiencia. Habíamuebles cubiertos con sábanas, cuadros velados por telarañas, un piano desvencijadoen un rincón, que emitía discretos crujidos, como si extrañara la música. El piano, aligual que la mesa y las repisas, estaba invadido por velas consumidas que dejabancaer estalactitas de cera.Ríos comenzó a encender los restos de vela que todavía servían. Se quitó elparche y se quedó mirando las formas que dibujaban las sombras en las paredes.—Voy arriba —dijo Iván—. Ya vuelvo.No fue difícil adivinar cuál había sido el cuarto de Morodian. Los diagramasdestinados a sus juegos cubrían las paredes, la cama, la puerta del ropero. Habíaesquemas trazados con líneas temblorosas, ilustraciones que parecían arrancadas debestiarios medievales, juegos de palabras, pedazos de historias, círculos, flechas,signos de interrogación: la materia diversa con la que se hacen los juegos. Ivánrecogió todos esos papeles para estudiarlos cuando tuviera mejor luz. Cuanto másencontraba, más crecía su curiosidad. Morodian había estado espiando su vida, yahora era él quien espiaba el pasado de Morodian.En el fondo del ropero encontró una caja de cartón. La habían pintado de rojo ynegro. El nombre del juego estaba escrito con letras góticas: El guardián dellaberinto.Mientras bajaba por la escalera se le empezaron a caer los papeles. Dejó que Ríoslo ayudara con las hojas, pero él cargó el juego bajo su brazo derecho. Sabía queMorodian era un enemigo de Zyl, sabía que su abuelo lo aborrecía y que acasotambién le temía, pero no podía dejar de sentir que existía entre el otro y él un lazosecreto.ebookelo.com - Página 53

UNA TÍPICA CASA ABANDONADA

E

ntre la maleza había una fuente de piedra cuyo surtidor tenía la imagen de un

monstruo marino, cubierto de escamas y aletas afiladas. Como barcas fúnebres,

flotaban escarabajos en el agua estancada.

—¿Seguro que no vive nadie en la casa? —preguntó Lagos.

—Mirá esas ventanas. ¿Quién podría vivir? —pero a Ríos tampoco le convencía

mucho entrar en la vieja casa.

Todas las ventanas estaban tapiadas, pero las lluvias habían podrido las maderas.

Arrancaron los listones con facilidad. Iván trepó a la ventana y saltó al interior de la

casa. Ríos lo siguió.

—Yo hago de campana —dijo Lagos.

Iván y Ríos tenían linternas de bolsillo, pero habían olvidado ponerles pilas

nuevas. Era una luz tímida frente a una oscuridad con años de experiencia. Había

muebles cubiertos con sábanas, cuadros velados por telarañas, un piano desvencijado

en un rincón, que emitía discretos crujidos, como si extrañara la música. El piano, al

igual que la mesa y las repisas, estaba invadido por velas consumidas que dejaban

caer estalactitas de cera.

Ríos comenzó a encender los restos de vela que todavía servían. Se quitó el

parche y se quedó mirando las formas que dibujaban las sombras en las paredes.

—Voy arriba —dijo Iván—. Ya vuelvo.

No fue difícil adivinar cuál había sido el cuarto de Morodian. Los diagramas

destinados a sus juegos cubrían las paredes, la cama, la puerta del ropero. Había

esquemas trazados con líneas temblorosas, ilustraciones que parecían arrancadas de

bestiarios medievales, juegos de palabras, pedazos de historias, círculos, flechas,

signos de interrogación: la materia diversa con la que se hacen los juegos. Iván

recogió todos esos papeles para estudiarlos cuando tuviera mejor luz. Cuanto más

encontraba, más crecía su curiosidad. Morodian había estado espiando su vida, y

ahora era él quien espiaba el pasado de Morodian.

En el fondo del ropero encontró una caja de cartón. La habían pintado de rojo y

negro. El nombre del juego estaba escrito con letras góticas: El guardián del

laberinto.

Mientras bajaba por la escalera se le empezaron a caer los papeles. Dejó que Ríos

lo ayudara con las hojas, pero él cargó el juego bajo su brazo derecho. Sabía que

Morodian era un enemigo de Zyl, sabía que su abuelo lo aborrecía y que acaso

también le temía, pero no podía dejar de sentir que existía entre el otro y él un lazo

secreto.

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