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cuando perdió el campeonato de juegos de Zyl se fue para siempre. Antes de partir
robó la pieza del rompecabezas. Desde entonces, las cosas empezaron a ir mal para
nosotros.
—Eso es pura superstición —dijo Ríos—. Las cosas están mal porque a nadie le
importa la clase de juegos que se hacen en Zyl.
—Superstición o no, me gustaría que esa pieza volviera a estar en su lugar. A
veces sueño que alguien viene en la noche, completa el rompecabezas y después se va
en silencio.
Ríos tomó la mano derecha de Iván y la abrió, para mostrarle al viejo Zelmar el
tatuaje.
—¿Quién te hizo eso, joven Dragó? ¿Acaso fue alguien de la Compañía de los
Juegos Profundos? ¿Conociste a Morodian?
—No. Nunca lo vi. Recibí el tatuaje por correo…
—Tal vez no conozcas a Morodian, pero Morodian te conoce bien. Y ya te tiene
marcado.
Zelmar pasó el plumero por el rompecabezas y levantó una nube de polvo.
Cuando Iván llegó a la casa de su abuelo, Nicolás Dragó pintaba un enorme
rompecabezas que representaba un antiguo plano de Venecia.
—Hablemos de Morodian —dijo Iván.
Al oír el nombre, la mano del artista empezó a vacilar, como si las aguas de los
canales le hubieran contagiado su temblor.
—Tengo mucho trabajo. Debo enviar este juego el martes que viene. Y todavía
me falta barnizarlo y separar y limar las piezas. Además con esta humedad la pintura
tarda una barbaridad en secarse. Otro día hablamos.
Pero Iván siguió de pie, junto a su abuelo, esperando una respuesta. Nicolás,
resignado, interrumpió el trabajo.
—Morodian siempre está allí, para tentarnos. Ha llamado a muchos y se los ha
llevado a trabajar con él. Y siempre a los mejores. Pero nadie habla de eso. Cuando se
fue el ingeniero Gabler, uno de los más brillantes creadores de juegos de naipes,
todos dijimos: «Consiguió un mejor empleo en la ciudad». Siempre tratamos de
engañarnos. Y así estamos ahora: en la ruina.
—¿Cómo fue que perdió Morodian su concurso?
—Eso pasó hace muchos años. Él era joven y ambicioso y todos confiábamos en
que sería el gran inventor de juegos de Zyl. Todas las tardes venía a mi casa para que
yo le enseñara el tallado de las piezas, la redacción de las instrucciones y todas las
cosas que se necesitan para disciplinar la imaginación. Había ganado varios torneos
menores, pero ese año se postuló para el gran campeonato. Su juego era
extraordinario.
—¿Cómo era?
—Ya no lo sé, por fin he logrado apartarlo por completo de mi mente… No
quiero hablar de eso ahora. Tengo que terminar con este mapa de Venecia. En el
ebookelo.com - Página 51