El inventor de juegos

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NOTICIAS DE MORODIANLa puerta estaba abierta. En la primera sala había una serie de vitrinaspolvorientas que encerraban perinolas de madera, dados de cristal y tablerosmedievales. Había una vitrina dedicada a piezas sueltas de rompecabezas legendarios.Allí brillaba el ojo derecho de La doncella de Atenas —un rompecabezas del siglo IVa. C.—, una pieza que había formado parte de un iceberg de cristal y un fragmento enarcilla de la muralla china (el rompecabezas verdadero, réplica en escala de lamuralla, contaba con varios millones de piezas).—No está aquí lo que buscamos —dijo Ríos. Y lo llevó a la sala central delmuseo.En el suelo, en el centro del salón, había un rompecabezas de piezas esmaltadasque mostraba el plano de Zyl con todas sus casas dibujadas. El techo de la sala era decristal, y, a través de los vidrios sucios, llegaba la luz de la tarde. Iván siguió con lamirada el camino que habían recorrido ese día: la plaza del caballo negro, la zona detalleres donde dormía el Cerebro mágico, la calle adoquinada que terminaba en elmuseo. En el norte, fuera del perímetro de la ciudad, había un círculo verde recorridopor líneas que mezclaban geometría y pesadilla: el laberinto de Zyl.En el plano se veían todas las casas pintadas de colores brillantes. Era unarepresentación de la ciudad en sus tiempos de esplendor. Iván encontró también elmuseo, y, dentro del museo, a través del techo de cristal, se veía el mismorompecabezas, a punto de desaparecer de tan pequeño.Pero faltaba una pieza, justo en el centro. A Iván su contorno le resultó familiar.Un hombre alto apareció por la puerta. Empuñaba como un arma un plumero quese confundía con su barba gris.—¿Qué milagro ha ocurrido para que los señores Lagos y Ríos vengan a ver elmuseo? —el hombre miró bien y descubrió a Iván—. Ya veo, hay alguien nuevo en elpueblo.—Es el nieto de Nicolás Dragó —dijo Ríos. Y, señalando al cuidador—: Y él esZelmar Cannobio.El hombre señaló la pieza del ángulo inferior derecho, donde estaba la firma delartista.—Este rompecabezas fue la obra máxima de tu bisabuelo. ¿No te contó nadaNicolás? Blas Dragó trabajó durante meses en este mapa, por encargo de su viejoamigo Aab. En ese momento el pueblo no era así; pero él lo pintó como si viera elfuturo. El pueblo fue creciendo hasta ser exactamente como el rompecabezas.—¿Y la pieza que falta? ¿Quién se la llevó? —preguntó Iván.—Fue Morodian, un discípulo de Nicolás. Aprendió todo de tu abuelo. Peroebookelo.com - Página 50

cuando perdió el campeonato de juegos de Zyl se fue para siempre. Antes de partirrobó la pieza del rompecabezas. Desde entonces, las cosas empezaron a ir mal paranosotros.—Eso es pura superstición —dijo Ríos—. Las cosas están mal porque a nadie leimporta la clase de juegos que se hacen en Zyl.—Superstición o no, me gustaría que esa pieza volviera a estar en su lugar. Aveces sueño que alguien viene en la noche, completa el rompecabezas y después se vaen silencio.Ríos tomó la mano derecha de Iván y la abrió, para mostrarle al viejo Zelmar eltatuaje.—¿Quién te hizo eso, joven Dragó? ¿Acaso fue alguien de la Compañía de losJuegos Profundos? ¿Conociste a Morodian?—No. Nunca lo vi. Recibí el tatuaje por correo…—Tal vez no conozcas a Morodian, pero Morodian te conoce bien. Y ya te tienemarcado.Zelmar pasó el plumero por el rompecabezas y levantó una nube de polvo.Cuando Iván llegó a la casa de su abuelo, Nicolás Dragó pintaba un enormerompecabezas que representaba un antiguo plano de Venecia.—Hablemos de Morodian —dijo Iván.Al oír el nombre, la mano del artista empezó a vacilar, como si las aguas de loscanales le hubieran contagiado su temblor.—Tengo mucho trabajo. Debo enviar este juego el martes que viene. Y todavíame falta barnizarlo y separar y limar las piezas. Además con esta humedad la pinturatarda una barbaridad en secarse. Otro día hablamos.Pero Iván siguió de pie, junto a su abuelo, esperando una respuesta. Nicolás,resignado, interrumpió el trabajo.—Morodian siempre está allí, para tentarnos. Ha llamado a muchos y se los hallevado a trabajar con él. Y siempre a los mejores. Pero nadie habla de eso. Cuando sefue el ingeniero Gabler, uno de los más brillantes creadores de juegos de naipes,todos dijimos: «Consiguió un mejor empleo en la ciudad». Siempre tratamos deengañarnos. Y así estamos ahora: en la ruina.—¿Cómo fue que perdió Morodian su concurso?—Eso pasó hace muchos años. Él era joven y ambicioso y todos confiábamos enque sería el gran inventor de juegos de Zyl. Todas las tardes venía a mi casa para queyo le enseñara el tallado de las piezas, la redacción de las instrucciones y todas lascosas que se necesitan para disciplinar la imaginación. Había ganado varios torneosmenores, pero ese año se postuló para el gran campeonato. Su juego eraextraordinario.—¿Cómo era?—Ya no lo sé, por fin he logrado apartarlo por completo de mi mente… Noquiero hablar de eso ahora. Tengo que terminar con este mapa de Venecia. En elebookelo.com - Página 51

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L

a puerta estaba abierta. En la primera sala había una serie de vitrinas

polvorientas que encerraban perinolas de madera, dados de cristal y tableros

medievales. Había una vitrina dedicada a piezas sueltas de rompecabezas legendarios.

Allí brillaba el ojo derecho de La doncella de Atenas —un rompecabezas del siglo IV

a. C.—, una pieza que había formado parte de un iceberg de cristal y un fragmento en

arcilla de la muralla china (el rompecabezas verdadero, réplica en escala de la

muralla, contaba con varios millones de piezas).

—No está aquí lo que buscamos —dijo Ríos. Y lo llevó a la sala central del

museo.

En el suelo, en el centro del salón, había un rompecabezas de piezas esmaltadas

que mostraba el plano de Zyl con todas sus casas dibujadas. El techo de la sala era de

cristal, y, a través de los vidrios sucios, llegaba la luz de la tarde. Iván siguió con la

mirada el camino que habían recorrido ese día: la plaza del caballo negro, la zona de

talleres donde dormía el Cerebro mágico, la calle adoquinada que terminaba en el

museo. En el norte, fuera del perímetro de la ciudad, había un círculo verde recorrido

por líneas que mezclaban geometría y pesadilla: el laberinto de Zyl.

En el plano se veían todas las casas pintadas de colores brillantes. Era una

representación de la ciudad en sus tiempos de esplendor. Iván encontró también el

museo, y, dentro del museo, a través del techo de cristal, se veía el mismo

rompecabezas, a punto de desaparecer de tan pequeño.

Pero faltaba una pieza, justo en el centro. A Iván su contorno le resultó familiar.

Un hombre alto apareció por la puerta. Empuñaba como un arma un plumero que

se confundía con su barba gris.

—¿Qué milagro ha ocurrido para que los señores Lagos y Ríos vengan a ver el

museo? —el hombre miró bien y descubrió a Iván—. Ya veo, hay alguien nuevo en el

pueblo.

—Es el nieto de Nicolás Dragó —dijo Ríos. Y, señalando al cuidador—: Y él es

Zelmar Cannobio.

El hombre señaló la pieza del ángulo inferior derecho, donde estaba la firma del

artista.

—Este rompecabezas fue la obra máxima de tu bisabuelo. ¿No te contó nada

Nicolás? Blas Dragó trabajó durante meses en este mapa, por encargo de su viejo

amigo Aab. En ese momento el pueblo no era así; pero él lo pintó como si viera el

futuro. El pueblo fue creciendo hasta ser exactamente como el rompecabezas.

—¿Y la pieza que falta? ¿Quién se la llevó? —preguntó Iván.

—Fue Morodian, un discípulo de Nicolás. Aprendió todo de tu abuelo. Pero

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