El inventor de juegos

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—¿Jugaban a los piratas? —preguntó Iván.Tardaron unos segundos en entenderlo.—No, no. El parche lo uso para ver bien —dijo Ríos—. Tengo un problema decoordinación visual y veo mejor si me tapo un ojo.Iván no quería quedarse fuera del juego y se preocupó por conseguir un arma.Improvisó un arco con una rama y el hilo de un barrilete que colgaba de los postes delteléfono. Pero ya el juego había cambiado y Ríos y Lagos se arrojaban grandes piezasde rompecabezas que encontraban en el suelo. Estaban tan gastadas que parecíanobjetos naturales, como las piedras y las ramas.Uno de los proyectiles dio en la cabeza de una enorme oca de yeso, que tenía elpico roto.—En esta ciudad no hay nada que esté entero —dijo Iván.—Es mejor así. Uno puede hacer lo que quiere —dijo Lagos, no muy convencido.Los tres caminaban bajo la llovizna.—Todas las tardes nos encontramos en la plaza del caballo negro —le dijo Ríos—. Vení mañana. Vamos a mostrarte algo sobre tu tatuaje.Se saludaron distraídamente, como hacen los amigos que se conocen desde hacelargo tiempo.A la tarde siguiente, apenas Iván llegó a la plaza, los acuáticos lo llevaron por unacalle angosta. A los lados había talleres abandonados. Un cartel rojo decía:Soldados de plomo y cañones de bronce. Y más allá: ¿Se le ha perdido un alfilnegro? Visite la Oficina de los Juegos Perdidos. En la esquina un cartel señalabahacia la izquierda: A 500 metros, el Cerebro mágico. El juego que responde a todastus preguntas.—¿Qué es el Cerebro mágico? —preguntó Iván.—Un juego de preguntas y respuestas que ya no se fabrica —dijo Ríos—. Cuandouno daba con la respuesta correcta, se encendía una lamparita. Aquí en el pueblo estáel Cerebro mágico original, un autómata que tiene frente a sí una bola de cristal.Hasta 1920 el Cerebro mágico recorría la provincia en un carro, a veces dentro deferias ambulantes, otras veces solo. Su dueño, un turco, ya estaba cansado de esa vidaitinerante, y se lo vendió a Aab. Entonces el viejo inventó el juego, y dejó al autómataen un galpón, para que todo el que quisiera pudiera consultarlo. La gente venía delejos y formaba una larga fila para interrogarlo. Después quedó arrumbado en elgalpón, con los cables pelados y las lamparitas quemadas. Mi padre está tratando dearreglarlo, pero…Lagos se rio:—Tu padre trató de convertir a Zyl en capital nacional del ajedrez y fracasó. Tratóde organizar visitas guiadas y fracasó. Trató de resucitar el viejo laberinto y fracasó.Ahora trata de reparar el Cerebro mágico…ebookelo.com - Página 48

—Algún día lo va a arreglar y entonces le preguntaré…—¿Qué cosa tan importante podrías preguntarle?—Por qué tengo un amigo tan estúpido. Esa sería mi primera y última pregunta—dijo Ríos.Lagos no le dio importancia.—¿Y la tuya, Dragó? ¿Qué preguntarías si tuvieras una sola pregunta para hacer?Iván pensó primero en el extraño juego que había visto en el televisor blanco ynegro. Pero estaba seguro de que esa pregunta alguna vez sería respondida por otrocamino, y entonces la descartó. Pensó luego en el accidente de sus padres, adonde loshabía llevado la tormenta. Pero esa pregunta parecía demasiado grande, aún para elCerebro mágico.Encontró una que estaba al alcance de su mano: si su madre había leído su carta,si estaba perdonado.—No era para que te lo tomaras tan en serio. Hace quince minutos que estáscallado —dijo Lagos.—Una vez envié un juego a un concurso. Le preguntaría qué pasó con mi juego—dijo Iván, aunque no era eso lo que había estado pensando.Mientras conversaban, se habían acercado al edificio más antiguo que Ivánhubiera visto en Zyl. Una placa de bronce decía: Casa de Aab. Museo Municipal deZyl.ebookelo.com - Página 49

—Algún día lo va a arreglar y entonces le preguntaré…

—¿Qué cosa tan importante podrías preguntarle?

—Por qué tengo un amigo tan estúpido. Esa sería mi primera y última pregunta

—dijo Ríos.

Lagos no le dio importancia.

—¿Y la tuya, Dragó? ¿Qué preguntarías si tuvieras una sola pregunta para hacer?

Iván pensó primero en el extraño juego que había visto en el televisor blanco y

negro. Pero estaba seguro de que esa pregunta alguna vez sería respondida por otro

camino, y entonces la descartó. Pensó luego en el accidente de sus padres, adonde los

había llevado la tormenta. Pero esa pregunta parecía demasiado grande, aún para el

Cerebro mágico.

Encontró una que estaba al alcance de su mano: si su madre había leído su carta,

si estaba perdonado.

—No era para que te lo tomaras tan en serio. Hace quince minutos que estás

callado —dijo Lagos.

—Una vez envié un juego a un concurso. Le preguntaría qué pasó con mi juego

—dijo Iván, aunque no era eso lo que había estado pensando.

Mientras conversaban, se habían acercado al edificio más antiguo que Iván

hubiera visto en Zyl. Una placa de bronce decía: Casa de Aab. Museo Municipal de

Zyl.

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