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El inventor de juegos

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LOS JUEGOS DE LA TARDE

C

uando despertó, encontró a su abuelo más sereno. Nicolás le había dejado en la

mesa su desayuno: café con leche, pan tostado, manteca y miel. Iván le

preguntó si lo podía ayudar en su trabajo y Nicolás le encargó que pintara unas torres

de verde y de azul. Había pinceles de todos los tamaños, y los más pequeños —

hechos con pelo de camello— permitían trazos casi microscópicos.

Más tarde, mientras su abuelo dormía la siesta, Iván salió a pasear. Quería visitar

el laberinto de Zyl (había leído en la guía que era uno de los pocos atractivos

turísticos), pero no lo encontró. De todas maneras, esa ciudad que no conocía también

era un laberinto para él. Tenía que aprovechar las sorpresas de los primeros días,

antes de que las cosas se le volvieran familiares.

Caminó en dirección a la laguna y llegó a una plaza cubierta de pastizales. Un

enorme caballo de ajedrez de mármol negro asomaba su cabeza entre los arbustos.

Hacía mucho calor y el cielo estaba nublado. Una lluvia repentina empapó a Iván, sin

darle tiempo a buscar refugio. El chaparrón duró apenas unos pocos minutos. El sol

había calentado tanto el caballo negro que ahora el mármol despedía vapor.

Se trepó a la cabeza del caballo para tener una visión más amplia del parque, pero

resbaló, y terminó con las rodillas hundidas en el barro.

A su lado había dos chicos de su edad. Habían aparecido tan rápido que Iván se

preguntó si no serían alucinaciones provocadas por el golpe. Uno llevaba un parche

en un ojo y una espada de madera; el otro, una vieja pistola de cebita. Lo miraban con

desconcierto: no estaban habituados a las caras nuevas. Le preguntaron con timidez

por el tatuaje.

—Lo hizo un tatuador chino —respondió Iván. Y se puso a contar su vieja

historia, aumentando el dolor y la cantidad de sangre vertida. Los otros dos lo

miraron sin interés.

—Eso no es un dibujo chino —dijo el del parche en el ojo.

—Es un clásico dibujo de Zyl —agregó el otro.

Iván preguntó:

—¿Y cómo son los clásicos dibujos de Zyl?

—Dibujos que no se terminan en sí mismos. Dibujos que continúan en otra parte.

Iván se inquietó: los otros parecían saber de su tatuaje más que él mismo. Esperó

que se burlaran de él por la mentira del tatuador chino, pero no hicieron nada de eso.

Solo dijeron sus nombres. El del parche y la espada era Ríos; el otro, Lagos.

—Siempre nos llamamos por los apellidos —dijo Ríos—. En realidad, cuando

estamos juntos nos dicen los «acuáticos».

Los dos bajaron la cabeza al mismo tiempo, un poco avergonzados por el apodo

que compartían.

ebookelo.com - Página 47

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