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El inventor de juegos

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suelo estaba lleno de astillas de madera, pinceles que ya no servían y tubos de pintura

vacíos.

El abuelo apartó de la mesa las piezas de un rompecabezas que estaba pintando y

estiró un mantel a cuadros generoso en manchas y remiendos. Luego llevó a la mesa

una botella de vino, otra de agua y una fuente con tallarines.

—Voy a decirte la verdad: al principio traté de que tu tía no te enviara hacia aquí.

Me parecía que en la capital ibas a estar mucho mejor. No quería que te contagiaras

del desaliento que se respira en Zyl. Pero en su última carta, además de hablarme de

cierta Búsqueda del tesoro que terminó en catástrofe…

—No pensaba que el colegio se iba a hundir… —se apuró a decir Iván.

—No es eso lo que me importa. Tu tía me dijo que una vez, hace varios años,

enviaste un juego por correo. Y que recibiste una respuesta.

Iván abrió su mano derecha.

—Esta es la respuesta. Pero no fui el único seleccionado. Hubo otros diez mil…

Nicolás había tomado la mano de su nieto entre las suyas y miraba el dibujo con

temor, como si fuera la marca de una enfermedad mortal.

—No. No hubo otros seleccionados. Eras el único. Si yo hubiera sabido antes lo

del concurso… ¿Cómo era tu juego?

Iván lo explicó tan detalladamente como lo recordaba y le habló de la revista Las

aventuras de Víctor Jade, del Trasatlántico Napoleón, de la Compañía de los Juegos

Profundos. Cuando terminó, dijo su abuelo:

—Zyl fue alguna vez una ciudad próspera. Aquí se fabricaban los mejores

tableros de ajedrez y los rompecabezas más perfectos. De aquí salían las cajas azules

del Cerebro mágico, los naipes Zenia, que brillaban en la oscuridad, y algunos juegos

quizás olvidados como La caza del oso verde y La torre de Babel. Pero de a poco

todos nos fueron olvidando y no quedó nada. Mientras nuestra ciudad se apagaba, la

Compañía de los Juegos Profundos crecía.

—¿Y qué tiene eso que ver con mi tatuaje?

—Es el símbolo de la Compañía. Pero antes de ser eso, era algo que nos

pertenecía.

—¿Una pieza de uno de tus rompecabezas?

—No, yo no podría haber hecho algo tan perfecto. Ya tendrás tiempo de saber a

qué rompecabezas pertenece esa pieza. No quiero abrumarte en tu primer día en Zyl.

Terminada la cena, su abuelo lo llevó al que sería su cuarto, en el piso de arriba, y

lo dejó solo. La habitación había pertenecido al padre de Iván. En las repisas había

libros de aventuras, un velero de madera, algunos autos de metal y una lupa. En una

foto su padre aparecía junto con algunos amigos en la entrada del laberinto de Zyl.

Iván pensó con tristeza en la distancia que había separado a su padre y a su abuelo

durante años. A causa de alguna remota pelea, cuando se veían, una o dos veces por

año, ninguno de los dos le dirigía la palabra al otro. Su padre había huido de Zyl muy

joven. Nunca le habían gustado los juegos.

ebookelo.com - Página 45

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