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El inventor de juegos

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EL FINAL DEL JUEGO

E

l colegio temblaba. Hordas de muchachos subían las escaleras, levantaban los

pupitres, sacudían al esqueleto de la sala de Ciencias Naturales, daban vueltas

las cajas de vidrio donde se guardaban las mariposas, desplegaban los viejos mapas

de la sala de Geografía. Nada se salvó. Ni la cocina, cuyos platos de losa con el

escudo del colegio se estrellaron contra el suelo, ni los pasillos inundados del cuarto

piso, donde una alumna estuvo a punto de ahogarse, ni el escritorio del director. Sus

papeles cayeron por el hueco de la escalera.

La búsqueda de su manuscrito había llevado al señor Possum escaleras abajo.

Cuando llegó al quinto piso encontró a Iván, que le tendió una página que había

volado hasta sus manos.

—Antes de expulsarlo, una pregunta, señor Dragó: ¿dónde está el tesoro?

—He oído que en el sexto piso, señor director.

—¿En qué lugar exacto?

Pero un grupo pasó corriendo junto a ellos, arrollándolos a su paso. Iván

aprovechó para escabullirse antes de responder.

Una hora después del comienzo del juego, el primer grupo alcanzó la última pista.

Cinco minutos después el grupo de Krebs llegó al mismo mensaje:

Habrá siempre en el mundo una puerta clausurada.

No hay ninguna llave para esa entrada trunca.

¿Pero qué pasa si abres esa puerta cerrada

y decides hacer lo que no hiciste nunca?

Los otros grupos creyeron descifrar en la lejana algarabía un indicio del hallazgo.

Y siguieron las risas y los gritos, que eran pistas más fáciles de resolver que las

escritas. Pronto una turba avanzó corriendo por el pasillo del sexto piso hacia el aula

627. El director trató de imponer su presencia pero lo aplastaron. Desde el suelo vio

con horror cómo los estudiantes se acercaban a la puerta prohibida.

«Por suerte está cerrada con llave», pensó con una última esperanza.

Pero la puerta estaba sin llave y los alumnos entraron como un alud. El

entusiasmo de los primeros parecía enfriarse ante el polvo que flotaba en el aire, ante

los viejos pupitres arrumbados y los cajones llenos de objetos viejos que habían

pertenecido a los alumnos del colegio Possum. Allí estaban todas las cosas que los

estudiantes habían perdido a manos de los profesores durante los últimos cien años:

autos a cuerda, pelotas de cuero, hondas para tirar piedras, escopetas de aire

comprimido, soldados de plomo y espadas de latón. Eran tantas las infancias

ebookelo.com - Página 38

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