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El inventor de juegos

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VENGANZA

A

la hostilidad de las autoridades se le sumó la de sus compañeros: todos los que

lo habían denunciado ahora se sentían culpables. Y como verlo les recordaba

su culpa, lo odiaban.

—Hicimos bien en acusarlo. Ayer me torcí el tobillo gracias a una patada

voladora. ¿Y quién tiene la culpa?

—¡Iván Dragó!

—Tengo un ojo negro y me prohibieron salir el fin de semana. ¿Y quién tiene la

culpa?

—¡¡Iván Dragó!!

—Nuestro colegio tenía diez pisos y ahora quedan seis. ¿Y quién tiene la culpa?

—¡¡¡Iván Dragó!!!

Como si no hubiera bastado con el resentimiento general y la desconfianza de las

autoridades, Krebs, el jefe de los altos, había perfeccionado su odio hasta extremos

inconcebibles. Tanto lo odiaba que ni siquiera lo buscaba para pegarle.

—Quiero que llegue entero al momento de la venganza —proclamaba ante sus

seguidores. Le gustaba la frase hasta tal punto que había convencido a su fiel amigo

Gayado de que llevara consigo un violín. Cada vez que él pronunciaba la frase,

Gayado tocaba un acorde de película de suspenso.

Krebs tenía un buen motivo para odiar a Iván. Había tratado de superarlo en el

terreno del tatuaje. Como no tenía edad suficiente para hacerse un tatuaje legal, ni se

animaba a visitar los bajos fondos para hacerse uno clandestino, compró una revista

titulada Hágalo usted mismo, donde explicaban el método paso a paso. Se

aprovisionó de tinta negra especial para sellos y de una larga y aguzada aguja, cuya

punta calentó en un mechero robado del laboratorio de química. Luego puso en

práctica las detalladas instrucciones de la revista, ante la aterrorizada mirada de

Gayado.

Había elegido como motivo un águila con las alas desplegadas: la imagen de la

victoria. Pero a los pocos pinchazos se desmayó. Del águila solo le quedó una pluma.

La herida pronto se infectó y estuvo una semana en el hospital con 42 grados de

fiebre. En medio de las alucinaciones repetía la palabra «venganza» (la frase

completa, «quiero que llegue entero al momento de la venganza», no le salía) y su

amigo Gayado le arrancaba unas notas al violín.

Krebs volvió al colegio más delgado, más pálido, con el brazo vendado y los ojos

inyectados en sangre.

ebookelo.com - Página 27

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