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El inventor de juegos

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Iván apuntó. Pero no a Morodian. Apunto para errar. Cuando hizo fuego, la

escopeta de latón se sacudió, y saltó de sus manos.

Morodian dio un alarido y se llevó la mano a su ojo derecho. Antes de que

recuperara la visión, Iván saltó al interior del globo.

Con el brazo izquierdo tendido hacia adelante, Morodian buscó a Iván.

Enceguecido, tropezó con alguna de las piezas de chatarra que se acumulaban en los

senderos del parque. Había acostumbrado a sus hombres a extrañas representaciones

bajo la llovizna helada: representaciones que tenían como destino el juego. Y al ver la

escena, pensaron que era uno más de aquellos espectáculos, cuyo sentido solo

Morodian podía comprender. Por eso se quedaron quietos, esperando instrucciones.

Pero la única orden de Morodian era el grito de dolor. Nadie sabía cómo interpretar

ese aullido interminable.

Iván terminó de cortar la soga que faltaba y el globo se sacudió. Cerró los ojos y

dejó que un terror vertical lo invadiera. El globo subió lentamente y atravesó las

nubes negras, que antes habían borrado el cielo y que ahora borraban el Parque

Profundo. Desde abajo, en un vano intento de alcanzarlo, se levantaba el grito de

Morodian.

ebookelo.com - Página 113

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