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—Desde que envió su juego al concurso. Entonces decidió seguir sus
movimientos a través de los años para hacer un juego con su vida. Pensaba que
acabaría consiguiendo que fuera uno de los nuestros. Esa era para él la victoria
absoluta sobre Zyl. Pero llegó un momento en que no se contentó con observar, y
decidió él mismo participar del juego.
—¿Y cómo participó?
—Comenzó a influir desde la distancia sobre los hechos de su vida. Supongo que
usted ya habrá notado esas interferencias…
Pero Iván ya no lo escuchaba. Había encontrado en el archivo un sobre blanco, y
estaba leyendo lo que contenía. Sus manos empezaron a temblar.
—Esa caída fue muy dura —dijo Arsenio—. Es mejor que se siente aquí. Le haré
una taza de té.
Arsenio le trajo una silla armada con miles y miles de naipes de distintos mazos
que habían sido pegados entre sí, hasta formar una masa compacta. Iván se sentó y
empezó a estudiar la hoja de papel que había sacado del archivo.
Era la carta que le había dejado a su madre antes de que partiera en el globo. La
carta donde le pedía disculpas por la bailarina rota. Iván se había quedado mudo, con
los ojos clavados en el papel. Cerca de él, se enfriaba la taza de té.
—Si Morodian tenía esta carta, entonces sabe lo que le pasó a mis padres —dijo
Iván para sí al cabo de un rato, y se levantó con urgencia.
—¿Adónde va? —le preguntó Arsenio.
—Tengo que hablar con Morodian —dijo Iván, mientras echaba a caminar hacia
la entrada de un túnel que conectaba con otros sectores del sótano.
—Venga aquí. Por ahí no se va a ningún lado. Además si los ejecutores lo
perseguían hace un rato, todavía lo están esperando. No se cansan; siguen
cumpliendo una orden hasta el momento en que Morodian les dice que se detengan.
—Tengo que obligar a Morodian a que me diga la verdad —dijo Iván. Quería que
su voz sonara convencida, pero el temblor llenaba sus palabras de signos de
interrogación.
Arsenio lo invitó a sentarse nuevamente.
—¿Sabe por qué me echaron? Porque de tanto anotar sueños, aprendí a manejar
los sueños de Morodian. Ya en la época del Trasatlántico Napoleón, antes de que nos
afincáramos aquí, había descubierto cómo obligar a Morodian a soñar lo que yo
quisiera. Los otros escribas se dieron cuenta y forzaron a Morodian a desterrarme.
Pero no he perdido mi arte. Morodian me teme todavía.
Arsenio buscó entre las cajas una libreta azul. Había llenado cada página con su
letra minúscula, hasta los márgenes.
—Si se hace sonar una cuchara de plata contra una copa de cristal, Morodian
sueña que ha vuelto al trasatlántico. Si se quema una rama de laurel, sueña que está
en su cuarto, y tiene quince años, y oye la voz de su madre que lo llama a comer. Si
se acerca un reloj de bolsillo a su oído izquierdo…
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