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Y tendiendo sus manos blancas avanzó hacia la cama. Iván, asustado, renunció a
llevarse la caja. Salió de bajo de la cama y escapó de la habitación.
Mientras corría, oyó que los altoparlantes de los pasillos anunciaban:
—Un intruso ha entrado en el edificio principal. Todos los ejecutores salgan en su
búsqueda. Conduzcan al intruso ante el Profundo. Repito: todos los ejecutores…
Desde el fondo de los pasillos y desde lo alto de las escaleras se oía el ruido de las
botas que golpeaban contra el suelo con un paso marcial. Iván se maravilló de cómo
el edificio, desierto hasta hacía unos minutos, ahora era invadido por perseguidores
salidos de la nada. A su alrededor todas las puertas estaban cerradas con llave. Volvió
a la sala de los inventos.
—¡Veinticuatro y treinta y dos, busquen en la sala de ingenieros! —rugieron los
altoparlantes.
Sabía que no podía esconderse en los armarios, porque era el primer sitio donde
buscarían. Entonces corrió hasta el fondo, abrió la puerta de la basura y se asomó al
conducto negro que llevaba hacia los sótanos. Deslizó todo su cuerpo por la abertura,
sosteniéndose del borde para no caer. Cuando la puerta metálica se cerró sobre sus
dedos, dio un grito de dolor y se soltó.
Y así cayó por el conducto de basura hacia las regiones inferiores de la
Compañía.
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