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Mi niño interior

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¿Qué deseamos de una relación de pareja? ¿Por qué elegimos a una persona en

particular? ¿Qué ocurre con nosotros, que cuando por fin logramos estar con alguien no

nos sentimos satisfechos? ¿Por qué casi siempre, después de un tiempo, pensamos en

alejarnos de esa persona? ¿Qué nos pasó para que el ser más querido se convirtiera en el

más odiado?

Al elegir a una persona como objeto amoroso no sólo lo estamos eligiendo a él o a ella,

sino también todos los vínculos que consideramos que esa persona establece con nuestro

pasado afectivo. Por eso, cuanto más se de mi, más posibilidades tengo de conocer al

otro y prever cómo será su potencial relación conmigo. El terreno fértil del amor es,

pues, el conocimiento mutuo.

Porque el amor es desafío y riesgo, un espacio potencial que debemos transitar juntos,

construir entre dos.

Se dice que la elección de pareja es inconsciente, que hay una química que nos impulsa a

acercarnos a unos y a alejarnos de otros. Como en la vieja ronda infantil, nos decimos:

“Con este sí... con esta no, ¿con quién me caso yo?”

Se dice también que hombres y mujeres deambulamos por la vida buscando nuestra otra

mitad, la que nos brinda la sensación de completud. Y es en el momento del

enamoramiento cuando creemos haberla encontrado. El enamorado sólo ve en el ser

amado lo que anhela, lo que le place, lo que le falta.

Pero todo eso que nos gusta del otro, ¿realmente lo tiene, le pertenece? ¿O será nuestra

ávida imaginación quien lo adorna con cualidades que sólo nuestros ojos arrobados

advierten? El momento del enamoramiento no se ve empañado por dudas, hemos

encontrado a nuestra media naranja y tenemos la certeza de que estando juntos todo será

perfecto, nos nutriremos mutuamente, creceremos juntos. El enamoramiento nos

enceguece al punto de no poder imaginar que estando juntos quizás también podamos

empobrecernos o dañarnos.

El enamoramiento, en realidad, no es más que una etapa en el proceso de la construcción

del amor. Es esa llave que permite a dos personas acercarse y comenzar a conocerse.

Arranca con una ilusión, la de que por fin encontramos a nuestro príncipe azul, a nuestra

Dulcinea. A medida que el tiempo transcurre debemos transitar el camino que va del

enamoramiento inicial a un amor maduro y perdurable. Es ese trayecto el que nos

permite percibir una nueva realidad: empezamos a conocer al otro y nos conocemos

mejor a nosotros mismos. Empezamos a amar al que verdaderamente es, no a la ficción

que construyó nuestra necesidad.

Pero la mayoría de las veces ese nuevo conocimiento nos hace descubrir aspectos del

otro que no nos satisfacen y que nos rehusamos a ver al inicio. Empiezan ahí los

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