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Mi niño interior

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Jorge necesita sentirse importante. De niño se convirtió en el proveedor de la familia, ya

que su padre alcohólico no trabajaba y él debió asumir ese rol, saliendo a ganarse la vida

desde muy temprana edad. Hoy, de adulto, pretende seguir comprando el amor de la

gente. Siente que si él no ayuda, el otro no puede ser querido. El protege, da, provee. La

impotencia del otro le otorga poder y a través de la dependencia que genera, siente que

obtiene amor. El eventual crecimiento del otro le resulta amenazante, pues piensa que si

alcanza la autonomía, lo dejará de querer.

Durante nuestro crecimiento desarrollamos formas de defensa frente al dolor, el miedo o

el peligro, que arrastramos allí donde vayamos. Es el único modo que conocemos de

protegernos. Cualquier situación similar del presente que nos resulte amenazante actúa

como un disparador de nuestro pasado y por consiguiente reaccionamos como lo

hacíamos entonces. Si fuéramos capaces de frenar esas formas adquiridas en el pasado y

actuar con la madurez del adulto, podríamos dialogar, reflexionar sobre todo lo que

estamos sintiendo. No nos sentiríamos heridos por el otro, sino que tendríamos la

claridad de preguntarnos: ¿Qué cosas le estarán pasando para que actúe de esta

manera?

El modelo aprendido, ese que nos legaron nuestros padres, lo seguiremos repitiendo,

junto con las estrategias que usábamos para responderles. Por su parte, nuestra pareja

repetirá sus propios modelos y estrategias, y no será sino cuando los identifiquemos con

claridad que podremos, desde la posición de adultos, modificarlos, sustituirlos o

ignorarlos.

¿Qué ocurre si no actuamos en busca de la sanación? El pasado no sólo rige nuestro

presente, sino que resurge de manera continua. Cuanto más se encubre y niega lo vivido

con dolor, más doloroso se vuelve. Nuestro niño herido se siente bloqueado por esas

experiencias traumáticas cuyo poder tóxico provoca conductas disfuncionales y

desórdenes orgánicos en la vida presente.

El niño nunca muere, por más disfraces de adultos que llevemos, por más que

pretendamos habernos desembarazado de este vulnerable ser, abochornados por su

fragilidad.

Las vivencias subjetivas van entretejiendo sutilmente la trama de nuestra historia

personal, y es en esta trama donde permanecen ocultas las claves para la comprensión de

nuestra vida futura. Si no luchamos por descubrir esas claves, desarrollaremos unas

pesadas defensas que antepondremos a quien sea, por donde vayamos. Y esas mismas

defensas irán limitando nuestra capacidad de vivir, como los muros de un fuerte en el que

nos hemos encerrado.

Por el mundo circulan miles de adultos ficticios que no encuentran en sí mismos el

permiso para afirmar sus valores y disfrutar de la vida. John y Linda Friel los llaman

“adultos-niños”. Nos explican su historia: “Algo nos ocurrió hace mucho tiempo. Pasó

más de una vez. Nos lastimó. Nos protegimos del único modo que supimos. Todavía

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