Mi niño interior
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manos de los caprichos y miedos de mamá.
A ti, mi hermano mayor, te agradezco mucho por ser mi compañero en todos estos
años, a pesar de las diferencias. Gracias por haber sido mi sostén y por tu apoyo
económico.”
Javier va despidiéndose de todos los personajes de la infancia y luego se promete a sí
mismo continuar haciendo las cosas que considere buenas para él. Dice, ya liberado de
rencores: –“Voy a cuidarme, a seguir adelante. Y no voy a permitir que nadie me
dañe.”
Comenzamos a comprender que los únicos que podemos abusar de nosotros, somos
nosotros mismos.
Luego de esta experiencia leemos una síntesis de un escrito sobre el perdón, tomado del
libro “El saber proscripto”, de Alice Miller.
“Sólo cuando pueda indignarme por la injusticia que cometieron conmigo,
cuando advierta el acoso como tal y pueda reconocer y odiar a mi perseguidor,
sólo entonces se me abrirá la vía del perdón.
La ira, la rabia, y el odio reprimidos, dejarán de perpetuarse eternamente
cuando la historia de los abusos cometidos en la infancia sean revelados.
Entonces se transformarán en duelo y dolor ante la inevitabilidad del hecho.
Luego del duelo se dará cabida a la comprensión del adulto que ha echado una
mirada a la infancia de sus padres y los ha liberado de su propio odio. A partir
de ahí se puede empezar a vivir en una empatía auténtica y madura.”
Si tenemos la suerte de rastrear hasta nuestros orígenes la injusticia personal y específica
que sufrimos, veremos que nuestros padres nos trataron así porque no podían hacer otra
cosa, dado que ellos mismos eran víctimas y creían en los métodos tradicionales de la
pedagogía venenosa.
“Todo perseguidor en algún momento fue una víctima. No es el sufrimiento lo que
enferma, sino el no poder terminar con él.” Sólo recordando nuestras heridas,
expresando nuestro dolor, podremos llegar a perdonar, a comprender. Antes no. Vamos
descubriendo que las quejas y los lamentos permanecen en nosotros porque no estamos
dispuestos a perdonar. Y hacer lo es madurar, transformarnos en adultos, y en el camino
del perdón también reconocemos que nuestros padres a su vez fueron víctimas de su
propios padres.
Jodorowsky realiza un ejercicio de dramatización utilizando títeres que representan a los
personajes de su familia. Dialoga con cada uno de ellos, les hace reclamos. Se queja pero
también escucha sus razones. Entonces concluye con gran lucidez:
“Al sentir que cada uno de ellos me iba perdonando, yo también, uno por uno,
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