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Mi niño interior

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sentimiento nos paraliza, bloquea nuestra energía, nos hace vulnerables a la

manipulación. Afecta cada una de nuestras elecciones: desde la pareja hasta la compra de

una casa, desde el empleo hasta la ropa que usamos. Somos inseguros en todo.

La vergüenza puede impedir que veamos nuestras mejores alternativas, sencillamente

porque no creemos que merezcamos lo mejor.

Cuántas veces nos dijeron: -“¿No te da vergüenza? Has desaprovechado todas las

oportunidades que te dimos”, y entonces pensamos: “Querían un hijo doctor y apenas

soy un empleado de comercio. Me consideran mediocre. Me avergüenzo de mí mismo

por no responder a las expectativas y metas que depositaron en mí”.

Durante el proceso de crecimiento es muy difícil escapar a la culpa y la vergüenza. De

pequeños la sociedad nos señala como pecadores, transgresores. Nacemos en pecado,

aprendemos a rogar por protección, nos golpeamos el pecho pidiendo perdón,

aprendemos que desobediencia es sinónimo de castigo. La reacción que asumamos ante

los mandatos nos ubicará en una de estas dos categorías: seremos niños buenos... o niños

malos.

Los “niños buenos” aceptan las reglas impuestas y se vuelven conformistas e inseguros.

Pagan así un alto precio por merecer el calificativo de obedientes y perfectos. Esos niños

que no generan problemas son los mismos que no se atreven a experimentar, a

arriesgarse a jugar con sus fantasías y deseos, los que se abstienen de preguntar lo que

“no se debe preguntar”, los tímidos, eternamente ruborizados, eternamente paralizados

ante el temor a equivocarse.

Otros violan las reglas, se les califica de insoportables y malcriados, se dice que padecen

de déficit atencional porque no obedecen, no aceptan lo inaceptable, cuestionan

demasiado, viven con una pregunta perpetua en los labios: ¿Por qué? Esos que no llenan

las expectativas de los adultos son los “niños malos”. Y a estos “niños malos” se les

llena de culpa. Esa que pagan por vivir respetando sus libertades, las cinco libertades

enunciadas por Virginia Satir.

Vale la pena reflexionar sobre un ejercicio grupal que efectuaba esta famosa psicóloga y

maestra en sus talleres, a fin de demostrar lo limitante que resulta negarle a una persona

el derecho a ejercer sus libertades básicas: las de ver, oír y moverse. Solicitaba la

colaboración de dos voluntarios a los que les cubría ojos, orejas y boca con bufandas,

atándoles además manos y pies. Los voluntarios y el resto del grupo observaban,

analizaban y experimentaban esta situación que limita al individuo, impidiéndole el uso de

sus capacidades y derechos.

El sentimiento de inferioridad que aparece cuando defraudamos la expectativa de terceros

nos somete a vivir pendientes de la opinión ajena, pidiendo disculpas, atormentados,

tratando de dilucidar lo que está bien y lo que está mal.

Fuimos criticados por nuestros errores y no pudimos expresarnos libremente. Sufrimos

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